Entre las problemáticas que han ido extendiendo las preocupaciones de Europa en los últimos tiempos, encontramos un considerable crecimiento en el cada vez más acuciante asunto de la inmigración, hecho que se ha ido reflejando paulatinamente en el campo cinematográfico ya sea tratando su vertiente social (como con, por ejemplo, la notable Fear de Ivaylo Hristov, que transitaba terrenos colindantes como el de la comedia negra o el thriller), política (con la reciente Green Border de Angieszka Holland) e incluso humana (basta con acercarse a piezas como la Europa de Haider Rashid, que seguía la epopeya de un joven iraquí intentando acceder al Viejo Continente).
Adam Rybanský añade con su debut una nueva percepción al asunto que, lejos de centrarse únicamente en el asunto social que deriva de este tipo de cuestiones en especial en las pequeñas aldeas (tal y como hacía Hristov en la citada Fear), añade capas estableciendo un componente cada vez más arrojado en torno a ciertos sectores para poder demonizar y simplificar el tema: el miedo a lo desconocido, la presencia de un enemigo invisible muchas veces inexistente potenciado por voces que lo emplean para sus propios intereses, encontrando en esa amenaza externa un filón desde el cual sostener políticas y hasta puestos.
Para ello, el cineasta checo, nos presenta en Somewhere Over the Chemtrails a Standa, miembro del cuerpo de bomberos de un pequeño pueblecito situado en la República Checa, así como a su compañero Brona, jefe del mismo cuerpo y a su vez responsable de establecer un orden ante la falta de una figura de autoridad mayor. Rybanský pronto esboza tanto el estado de ambos como un carácter que en el caso de Standa, que se erguirá como protagonista del relato, se siente bastante volátil, dejándose llevar por algunos de sus compañeros y siguiendo habitualmente la corriente de aquellos que le rodean.
Somewhere Over the Chemtrails desarrolla a través de ese dibujo una comedia que las veces establece vínculos con un tono más negro o sarcástico, y casi siempre resulta un tanto bufa, evocando el espíritu de ese típico thriller rural que popularizaron los Coen con Fargo, y que obtiene una extensión casi natural aquí, no tanto por replicar sus mismas constantes, como por apelar a un humor que define y establece con facilidad el tono de la obra. De este modo, el film que nos ocupa discurre entre un retrato prominentemente cómico que, sin embargo, no deja a un lado en ningún momento su propósito, que no es otro que continuar exponiendo las vicisitudes de un tema racial que se agrava en determinadas zonas.
Del mismo modo que los ‹chemtrails› a los que alude el título crean un aura de paranoia que se extiende hasta el punto de contemplar el vinagre como un nuevo tipo de desodorante, esa amenaza proclamada con constancia por Brona que dibuja la presencia de un extranjero (árabe, para más señas) después de un incidente que implicará a uno de los gitanos que viven en el pueblo, sirve para potenciar una sensación de indefensión buscada por ese personaje. Un hecho que quedará reforzado cuando el propio Brona descubra al causante del accidente y decida continuar con la farsa, alimentando las señas de una aversión que sin embargo esconde algo más que eso.
Puede que Somewhere Over the Chemtrails se pase en ocasiones de rosca, forzando algunas situaciones, pero lo cierto es que Rybanský sabe matizar en todo momento el tono de una obra que también encuentra en la puesta en escena —esa frontalidad que emplea en ocasiones el cineasta, y podría recordar a Wes Anderson— elementos desde los que compactar con suficiencia esa veta humorística. El resultado es una de esas obras que invitan a la reflexión sin banalizar cuestiones que hay que continuar abordando sin importar cuál sea el prisma, pero especialmente si dan pie a una de esas modestas piezas donde además del discurso, también importa el equilibrio.
Larga vida a la nueva carne.