El terror no tiene forma… hasta que llegas a TerrorMolins, donde cada año podemos disfrutarlo en múltiples formatos, idiomas y sensibilidades en el interior de La Peni, con su enigmática iluminación y sus encantadores (de serpientes) programadores, que son capaces de venderte como una experiencia única cada película que suben a presentar. Lo bueno es que suelen acertar, siempre encontramos en TerrorMolins películas que otros festivales más importantes han dejado en la estacada y que con el tiempo se transforman en culto dentro del mundillo más ‹underground› de los amantes del cine de género. Estaban de celebración oficial por llevar 50 años disfrutando de maratones terroríficas, que el sábado sumaban un total de 10 horas de cine ‹non-stop› para clausurar la edición número 42.
Este año el ‹leitmotiv› ha sido la brujería y desde aquí quiero reivindicar el trailer del festival que nos ha acompañado en cada sesión, con poca acogida por parte del público pero más que apropiado para la temática expuesta. No todo va a ser sangre y diversión, un poco de elegancia también marida perfectamente con el terror. Dicho esto, debo confesar que me he perdido todas las películas de brujas este año, aunque celebro que existiese la posibilidad de recuperar joyas como The Love Witch, Häxan. La brujería a través de los tiempos y la siempre reivindicable The Lords of Salem.
Es cierto que las brujas no han sido el plato fuerte de las secciones principales a competición, pero sí han aparecido muchas voces en femenino, ya sean directoras o protagonistas de armas tomar que han despertado no pocas inquietudes. Las ‹coming of age› del tipo “de niña a mujer” han transformado los cambios hormonales en auténticas historias de terror, sangre y depravación, con propuestas tan variopintas como la malasia Tiger Stripes, debut de Amanda Nell Eu que convierte los tabúes de los cuerpos en una especie de salvaje transformación con un resultado muy ‹hardcore› e inesperado, con música propia de ‹rave›, efectos especiales de andar por casa y dobles intenciones muy bien jugadas. También hemos descubierto Perpetrator de Jennifer Reeder, que volvía al festival con una protagonista de personalidad arrolladora y una película que daba vueltas y lucía brillos sin descanso apostando también por un enfoque de la adultez más próximo al canibalismo sin dejar de lado ni una sola de las problemáticas actuales con cierta sorna, aunque no siempre bien enlazadas. No nos olvidemos de la premiada en la sección Bloody Madness, The Wrath of Becky de Suzanne Coote y Matt Angel, la continuación de Becky con continuos guiños a su primera entrega y nuevos “señoros” machos alfa que combatir por el bien de la humanidad. Es divertida y rápida, rescatando además a un Seann William Scott en un registro totalmente opuesto a sus tiempos de American Pie. La jovencita vengativa destacó como mejor película en la sección Bloody Madness. No han sido las únicas pero sí las más alocadas.
Vamos a por las propuestas pequeñas y arriesgadas. No hemos podido olvidar la taladrante Masking Threshold de Johannes Grenzfurthner, la sensación del terror ambiental Skinamarink de Kyle Edward Ball (que ha sido recuperado en la temporada Halloween de este mismo año a su llegada a plataformas), y es que TerrorMolins tiene la capacidad de rascar entre las propuestas más pequeñas y a la vez arriesgadas para darnos la posibilidad de paladear grandes inventos de escaso presupuesto. Aunque la esperada era la que ya imaginábamos como gran broma a partir de su trailer, Good Boy del jovencísimo Viljar Bøe (se llevó de paso el premio del público), me quedo con Hostile Dimensions de Graham Hughes que sabe exprimir la mínima expresión, en este caso llevar a lo literal eso de las puertas a otras dimensiones, y que funciona gracias a sus carismáticas protagonistas y sus afilados diálogos, consiguiendo una película que sigue rondando en nuestras cabezas pasada la efusividad festivalera con ese carácter tan especial. No podemos obviar que el jurado la premió como mejor guion en Being Different.
No puedo dejar de lado tres películas que marcan un año de descubrimientos que se han llevado su consecuente galardón. Cuando acecha la maldad lleva el concepto del terror a lo rural. Demián Rugna nos sorprende a muchos niveles, sabiendo cómo tensar la cuerda sin importar qué tipo de personaje tenga delante, dando forma al infierno en un lugar recóndito. De infiernos en plena superficie sabe mucho también F. Javier Gutiérrez con una elegante y castiza La espera en la que trabaja junto a su protagonista, Víctor Clavijo, un personaje impoluto, de los que se quedan anclados en la retina. Por último, un debut que sabe potenciar tanto el escenario como sus dos protagonistas, un juego peligroso en el que los ‹aussies› Josiah Allen e Indianna Bell parecen poner en práctica todos los recursos académicos para sorprender con un apoteósico final en You’ll Never Find Me.
TerrorMolins nos ha descubierto la magia (o la brujería) del terror un año más, consiguiendo que contemos los días para conocer detalles de su próxima edición.