Desde las cuatro paredes de un hogar, concretamente su patio, da inicio esta Our Lady of the Chinese Shop, debut de Ery Claver, quien había ejercido como director de fotografía de títulos de la cinematografía angoleña tales como Air Conditioner. El cineasta nos emplaza, pues, en ese lugar lleno de barreños de agua invitándonos a conocer la situación a través de un ventanal, como si de una suerte de ejercicio ‹voyeurístico› se tratase —algo que amplifica la voz en off que va apareciendo a lo largo de todo el film—, acerca de una casa con secretos, una casa que llora y en cuyo interior nos sitúa desvelando una intimidad bañada en tonos rojizos y en una oscuridad que casi define la relación distante, incluso un tanto apática, que se cierne en ese espacio entre una mujer, Domingas, que se erige en apariencia como uno de sus personajes centrales, y su marido, Bessa, y que de alguna manera refleja el dolor por la pérdida, que ella tratará de paliar durante los distintos segmentos entre los que se divide la obra.
Pronto, nos encontramos en plena calle, tras la pista de otro personaje, Zoyo, en una búsqueda perpetua que lo llevará a distintos puntos de la ciudad. Claver opta aquí por un estilo más cercano a la docuficción que se adhiere mejor al particular periplo de ese personaje, y que nos invita, de nuevo mediante esa voz en off penetrante pero más literaria e incluso sugerente que explicativa, a seguir un retal que de algún modo se unirá a la crónica protagonizada por Domingas, ni que sea contraponiendo ese viaje donde la fe termina intercediendo para dejar atrás un pasaje amargo, mientras no encuentra respuesta en el particular trayecto de Zoyo. Una respuesta que tampoco emerge en más de un pasaje del largometraje, pues el realizador se muestra hermético en no pocas ocasiones, no tanto desde su vertiente formal como en algunos fragmentos que, al igual que esa narrativa discontinua, voluble por instantes, no parecen concretar las intenciones de Our Lady of the Chinese Shop, más bien al contrario: dibujan un recorrido inconstante en el que es difícil saber a qué atenerse. Un poco como esa voz en off casi omnipresente, que se percibe en ocasiones disgregada del relato, como si fuese un elemento ajeno a lo que sucede en el mismo, extraño.
No obstante, y pese a sus imperfecciones, puede llegar a ser estimulante seguir ese trazo un tanto intermitente, lejos de una cohesión que no se concreta y que encuentra, probablemente, en ese prólogo ciertamente barroco, inusitado, algo más que las presuntas claves de la causa de todo ese dolor a raíz de una desaparición, también un modo de partir el relato y quebrar su tono: tanto, que termina pareciendo devorar y fagocitar todo resto de lenguaje cinematográfico a su alrededor. Puesto que, además de barroco, se dispone como rupturista pero en ocasiones peca de obvio, inconexo y raramente ensimismado con unas constantes que dilapidan el trabajo realizado hasta ese momento. Pese a ello, que convierte la obra de Ery Claver en un artefacto fallido pero capaz de invocar un lenguaje sugestivo por momentos, Our Lady of the Chinese Shop otorga más incentivos que realidades: en efecto, puede que sea un camino a trazar y desplegar por su autor, despojándose de determinados vicios, así como madurando sus virtudes, y aunque hoy por hoy se antoje exiguo, habrá que seguir sus pasos para conocer si ese potencial definitivamente se expande o se queda en la nada que las veces deja entrever esta dispar ópera prima.
Larga vida a la nueva carne.