Después de su paso por el Festival de cine de Venecia, aterrizaba en Gijón la película Holly de la cineasta belga Fien Troch. Tras dirigir Home y Kid durante la pasada década, llevaba 7 años sin grabar preparando varios proyectos. Entre ellos Holly, que sigue valiéndose de protagonistas jóvenes como acostumbra para reflejar, a través de la ingenuidad y la inocencia, la esencia del ser humano.
Holly es una adolescente de 15 años, viene de una familia humilde y en el colegio es marginada y llamada bruja por sus compañeros, menos por Bart, su mejor amigo. Un día cualquiera decide no ir a clase porque prevé que algo malo va a pasar, ocurriendo un incendio en el instituto que conmocionará a toda la ciudad. Entonces, una profesora observará en ella algo especial y la animará a ayudar a la gente desfavorecida o que pasa por una mala situación. Holly no solo consuela a esas personas, sino que alivia su sufrimiento con tan solo un abrazo.
Esta premisa se aborda a través de los códigos del género mezclados con una cotidianidad que alberga inquietud. Desde los primeros segundos, donde observamos a Holly con una cierta distancia, nos vemos inmersos por una música inquietante que recuerda a la Suspiria de Argento o a John Carpenter; esta no va a cesar durante todo el film. Todo ello conducido por una fotografía cambiante que acompaña la música y crea metáforas a partir de juegos con rostros o sutilezas. Lentamente, y sin desvelarnos mucha información, contándonos la historia a partir de pequeñas píldoras, vamos conociendo a la adolescente, a su mejor amigo y al resto de personajes. La protagonista parece tener algo mágico o santo que me recuerda a Nazarín o, siendo películas muy diferentes pero teniendo puntos en común, a Thelma o Carrie. Bajo este pretexto, Fien Troch decide someter a un análisis crítico al personaje de Holly y la sociedad que la rodea, que podría ser la nuestra. ¿Cómo reaccionará el pueblo al creer que Holly es una santa, alguien que te puede ayudar, aliviar todo el dolor que sientes y darte fe? A consecuencia del modelo capitalista, lo que empieza siendo una devoción para ayudar a la gente que sufre o a los desfavorecidos, se acaba convirtiendo en un negocio; entonces, dejará de ser inocente y se verá corrompida. Aunque Bart parece ser el único que no proyecta todas sus necesidades sobre ella y que pude ayudarla.
También me gustaría comentar que hay algo que me suele molestar en ciertas películas que se adentran en lo mágico o fantástico, como es la ausencia de respuestas. Pero en Holly no es el caso, la duda se convierte en una virtud, esa inquietud que te transmite desde los primeros minutos no cesa, solo aumenta. Desconfías de todo, de si tiene poderes o de si no los tiene, de si es un ángel, un demonio o, simplemente, una niña a la que le han hecho creer que tiene algún poder y, por ende, al espectador. No se dan respuestas claras y eso crea un aura indescifrable alrededor de la obra. Y después de asistir a la rueda de prensa, no queda claro si la directora conoce la respuesta o si ni siquiera se ha planteado alguna teoría.
Por último, me gustaría remarcar de los fantásticos papeles de Cathalina Geeraerts (Holly) y de Felix Heremans (Bart) guiados por una Fien Troch mucho más precisa y con ideas mucho más claras y depuradas que en sus anteriores películas. Sin duda, estamos ante la consagración de Fien Troch como una directora difícil de catalogar pero, sin duda, a tener en cuenta dentro del cine belga y europeo.