Después de su estreno en el festival de cine de Rotterdam, Weightless, el documental de Marta Hryniuk y Nick Thomas, tuvo su estreno en España en Majordocs, un festival de cine documental ubicado en Mallorca. El documental se presentaba con un título que se traduce como ingrávido, que no tiene peso, haciendo alusión al peso de la historia entre generaciones y la recuperación de esta.
Khrystyna Bunii, impulsada por sus historias familiares, emprendió un viaje por la región de Hutsulshchyna, ubicada en las montañas del sureste ucraniano. Allí realiza un trabajo antropológico donde recupera y digitaliza el archivo fotográfico familiar de las personas que habitan la región y vuelve a poner en diálogo el mutismo de estos pueblos que fueron silenciados por el estado soviético. Lentamente, nos damos cuenta de que no es un viaje para descubrir su identidad, sino para recuperar la historia a quienes se la arrebataron. Cómo le hubiera gustado a Walter Benjamin, y al Angelus Novus, en esta tempestad a la que llamamos progreso, alguien que se dedica a detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado.
A través de una voz en ‹off› no paramos de escuchar una correspondencia unidireccional hecha con notas de audio que envía Khrystyna a los directores, donde explica su viaje y la situación de su proyecto. Haciendo que sea algo íntimo y personal, como si accediéramos a escondidas a leer un diario que no nos pertenece. Mientras, escuchamos las notas la vemos emprender su aventura por las montañas, la naturaleza, el viento, las antiguas casas campestres, sus paradas para comer o encuentros con amigos en el bosque. Dotando al documental de un poder poético pero cotidiano, que nos hace estar allí. Estas escenas se van mezclando con los encuentros e historias de las personas que se ofrecen a contarlas y a dejarla escarbar en su álbum familiar. Allí descubrimos tradiciones, rituales y vestimentas en fotos en blanco y negro de las que no podemos apartar la vista y que permanecen en el recuerdo llenas de vida y en color. Pasamos por una historia trágica de la muerte de una niña en el pueblo y las fotografías de su entierro, la historia de la abuela de Bunii, que agredió a un oficial que la acosaba y tuvo que exiliarse en las montañas y otros tantos relatos de exilio forzado pero interiorizado, hasta encontrar a una señora que nos canta y enseña las canciones populares de su pueblo y que Khrystyna también documenta. Sin olvidar un pequeño detalle que me hizo encogerme en la silla, que es el momento donde Nick, el director, habla de ella y percibes la admiración y la fascinación que siente. Todo esto continuamente interrumpido por el sonido del escáner fotográfico, que espero que siga sonando.
Pero ya dentro de todo este diálogo, en el momento en el que estás inmerso en el documental sin poder despegar la mirada de la pantalla, de forma inesperada, algo se rompe. Escuchamos una nota de voz sin saber que es la última del documental. Khrystyna nos cuenta que hay un murmullo de que podría ser verdad, pero que ella no cree que vaya a ocurrir. Una guerra, otra más por la que tenga que pasar un territorio que ha sido constantemente invadido y usado como campo de batalla en las dos guerras mundiales. Pero así acaba, de una forma cíclica.
Al terminar, conseguí hablar con los directores y rápidamente pregunté por Khrystyna. Ellos me dijeron que se encontraba bien, aunque el pasado invierno fue duro, ya que estuvo sin calefacción y había poca electricidad y era difícil comunicarse con ella por la falta de esta. Me alivió su respuesta, puesto que el documental no daba a entender nada bueno. Pero hablando con ellos también entendí esa decisión final o, más bien, esa no decisión, mostrando lo abrupta y áspera que es la guerra, que puede llegar de un momento a otro. Como si ahora, cuando la juventud se interesa por la historia que sus abuelos vivieron pero tuvieron que callar, volviera el miedo a que se repita y, de nuevo, cayese en el olvido.