El poder de la evocación y la nostalgia
Mañana se estrena la última película del realizador brasileño Kleber Mendonça Filho, Retratos fantasma. Un diario personal en imágenes del director en el que evoca su entorno, su casa, su ciudad, Recife y los cines que en otro tiempo la habitaron.
Hace unos años vi con interés Doña Clara (Aquarius, 2016) en su estreno en cines. Me pareció un film diferente y que, sin lugar a dudas, mostraba la mirada especial de un autor que llamó mi atención y del que inmediatamente vi también su primer largometraje de ficción, la estupenda Sonidos de barrio (O som ao redor, 2012).
En cierta manera, este film-documental del que hablamos ahora vuelve su mirada sobre la película de 2012, que el director evoca constantemente, para trazar un retrato vital, personal y cinéfilo de su vida. Pero, sobre todo, de los lugares que le han hecho ser lo que es.
Dividida en tres partes, comienza hablándonos de la casa en la que creció el director: los espacios, los vecinos, los sonidos, su madre y, por extensión, su barrio. Algo que reflejó muy bien en Sonidos del barrio y que aquí desnuda en un ejercicio de introspección elevado a arte, en el que el autor nos habla desde la cotidianeidad de la vida corriente a las grandes cuestiones existenciales, alternando imágenes de archivo, fragmentos de sus películas y vídeos caseros rodados en su juventud. Un ejercicio de nostalgia, en el mejor de los sentidos, sensible y de narrativa e imágenes potentes con un fuerte poder evocador.
A partir de aquí se abre una segunda parte donde el escenario se amplía hacia el centro de Recife que, frente a las luces del pasado, en la actualidad se nos muestra decadente, incluso desangelado, pero cuyo poso de otros tiempos lo convierte en un escenario poderoso en el que se yerguen espectrales estructuras de los edificios que albergaban los cines que él visitó de joven. Art Palacio, Moderno, l Veneza y el São Luiz se convierten en los protagonistas centrales de esta obra con las historias de cada uno de ellos, contrastando sus años dorados con su decadencia y desaparición. Lo consigue acudiendo a esos espacios, cuyas historias sobrevuelan más los sentimientos que los hechos, como moles fantasmales a las que se les ha arrebatado el alma y testigos de la decrepitud de una zona concreta de la ciudad, pero sobre todo de la forma de compartir y vivir la experiencia de ver cine, en una narrativa que alterna los datos históricos con las impresiones más íntimas.
Es en esta parte donde el film se detiene más, y en la cual lejos de incurrir en el típico ejercicio cinéfilo de enumeración de películas favoritas, revelaciones fílmicas concretas o crónicas de la platea, el director compone un relato evocador de una belleza e interés extraordinarios, donde el peso de la nostalgia está intercalado con unos apuntes y documentos que contextualizan y nos hacen empatizar con el discurso.
Por último, una tercera parte, casi como un apéndice final de la segunda donde se apunta, aunque apenas desarrolla —qué pena—, esa identificación que en muchas ocasiones se hace del cine como templo y de ese lenguaje cinéfilo que asimila el visionado de una película con un rito litúrgico. Una parte que se redondea mostrando la conversión de muchos cines que cierran en iglesias evangélicas, sin necesidad apenas de reforma alguna, en esa simbiosis entre ‘Cine’ y ‘Templo’, cinefilia y práctica religiosa.
En mi opinión, estamos ante una película que a base de recuerdos, retazos y puro sentimiento, se erige en una de las obras de mayor sensibilidad y más originales que sobre el cine en particular y la vida en general he visto. Un viaje a los recuerdos y a lugares que ya no están y una carta de amor a la magia que albergaban antaño. La importancia de la pertenencia a un lugar, la casa que uno habita, el barrio que le rodea, los lugares como elementos físicos, mostrados en su esplendor y en su decadencia, con el paso del tiempo como testigo inmutable de los cambios y el recuerdo de lo que ya no volverá a ser.
Un apasionante ensayo personal lleno de fuerza, de historias y de recuerdos. Una auténtica joya de la evocación desde la mirada personal y única de un gran autor.