Esteticismo exuberante, sensual belleza oriental y los mimbres del género fantástico. A estas alturas, no cabe mucha discusión. Los nuevos caminos del cine contemporáneo requieren del ensanchamiento de la creatividad, de la mixtura imaginativa de los postulados cinematográficos conocidos, de la redimensión de las miradas autorales.
Precisamente ahí es donde se ha situado la joven directora marroquí Sofia Alaoui con su debut en el largometraje Animalia —recordemos su celebrada y para mí magnífica obra en formato corto Qu’importe si les bêtes meurent (2020), que casi se podría interpretar como una precuela, y en la que la mujer que se va con su hijo y toma las riendas de su destino también se llama Itto—. La propuesta de la cineasta en esta ocasión es una suerte de thriller social hibridado con elementos sobrenaturales y pulso narrativo de ‹road movie› que fue rodado en Marruecos y presentado en Sundance, donde obtuvo el Premio Especial del Jurado. Sobre la escritura de la propia Alaoui, una creadora que habrá que tener en cuenta a partir de ahora, la película nos cuenta cómo la vida de una mujer embarazada sufre un desasosegante impacto cuando se declara un misterioso estado de emergencia en todo el país debido a extraños fenómenos meteorológicos que sugieren la llegada de una presencia paranormal.
Esta Itto (otra estupenda debutante Oumaïma Barid) intenta sobrevivir en el entorno privilegiado de la familia de su marido, muy alejado de su clase social de origen. Alaoui nos la presenta metafóricamente atrapada en una jaula de oro, que la virtuosa fotografía enaltece en el recorrido de la cámara por las arquitectónicas composiciones visuales de los suntuosos interiores casi palaciegos —ese plano semi-cenital de Itto en su bañera acariciándose el vientre se queda prendado en la retina, como el momento de quietud liberadora al ritmo de It’s Your Thing en la voz de Anne Peebles—, en los exteriores en azul intenso de la piscina, en los terracotas del desierto, o en la colorista vistosidad visual de los manjares excesivos y de los preciosos vestidos femeninos.
Pero cuando el caos se desata, Itto se quedará separada de su familia política, que permanece convenientemente refugiada en la casa del gobernador y tratará de reunirse con ellos en el vehículo de un vecino que la traiciona. Perdida en medio de las carreteras desiertas de las montañas del Atlas, conseguirá que Fouad (Fouad Oughaou, protagonista de su obra precedente), un hombre rural que ejemplifica la critica a los abismos socio-económicos marroquíes y al dogmatismo religioso imperante, la ayude a volver al norte. Juntos emprenderán un viaje exterior e interior hacia un despertar que será determinante en el futuro vital de esta mujer. En este periplo, Alaoui arma la tensión narrativa sobre inquietantes manadas de perros confabulados, estampas de pájaros acechantes prendidos a los cables de la luz —imposible no rememorar el clásico de Bodega Bay—, y la enigmática conexión extrasensorial de nuestra protagonista con estos fenómenos, que sugieren una encarnación extraterrestre intermedia a través de los animales. Introduce el encuentro con un niño de mirada alucinada que transmite mensajes mesiánicos, nos arrastra a un agujero espacio-temporal con forma de lágrima —una secuencia emocionante y hermosa— que parece sollozar por todo el dolor el mundo, o nos sobrecoge con el ataque de un pájaro sobre un hombre arrodillado para la oración en esa mezquita abarrotada por la masa enfurecida.
Con todos estos elementos en liza, siempre aderezados con un preciosismo estético exótico y subyugante en una atmósfera verdaderamente cautivadora, construye Alaoui la fuerza sugestiva de un discurso cinematográfico más que notable, que se afianza en la incertidumbre, que nunca se termina de disipar. Y aun así, consigue conducirnos al cuestionamiento con su protagonista de una meritoria combinación de problemáticas sociales, religiosas —parece que la directora está muy interesada por determinadas espiritualidades orientales—, éticas y políticas de trascendencia en el mundo contemporáneo. Pero sobre todas ellas, se impone una decidida vindicación feminista de la emancipación personal de las mujeres marroquíes, que conecta en mi opinión con la urgente comunión de nuestra depredadora civilización con la naturaleza que nos acoge —y se revela—.
«El Cine es más hermoso que la vida.»