Quizás el mayor problema de Vermin: La plaga, esté en su contexto. Al final no deja de ser una repetición de la fórmula de La horda o Kandisha cambiando zombis o espíritus por arañas. Sí, Vermin no es en absoluto una película que busque esa transversalidad entre lo familiar como Aracnofobia o el humor como Arac Attack, no. En el submundo de la “spidersploitation” estaríamos ante una suerte de denuncia social, donde el entorno, la descripción de personajes y los conflictos van encaminados a reflejar un estado de cosas en esos lugares ‹no-go›, esas ‹banlieues› conflictivas que parecen ser el contenedor de todo mal.
Todo esto no es necesariamente un factor negativo, claro. Sin embargo hay una cierta sensación de ‹déjà vu› en situaciones y descripción de personajes. En resumidas cuentas, te la sabes de principio a fin. No obstante este factor de previsibilidad no repercute de forma desfavorable en el conjunto. En el balance expectativas vs realidad el film sale victorioso: ofrece exactamente lo que promete.
Al final todo este aparato montado alrededor del abordaje de género al cine social suena a excusa más que manida. Aunque quizás en este caso sí que hay un dibujo algo más profundo de los personajes, como mínimo los conflictos no son tan arquetípicos y hay preocupación por los sentimientos más allá del típico esquema pobre-traficante que se redime ante una situación de peligro. Aunque claro está, no puede faltar la crítica a la policía, sus métodos y el abandono al que someten a la población más desfavorecida.
En lo que a la cuestión arácnida concierne, Sébastien Vaniček, demuestra conocer los códigos genéricos no tanto en base a la provocación atmosférica de claustrofobia (aunque algo de eso hay) sino al repelús que las propias arañas generan. Se juega a un ‹in crescendo› climático tanto en el desarrollo de la acción, del suspense al ‹survival› correcalles, como en los propios artrópodos. De lo pequeño y la angustia de no saber donde están, a una infestación de bichos cada vez más grandes que atemorizan por cantidad y tamaño. Un ejercicio pues que se basa en el juego de la intensidad y que funciona en su idea de alagar el clímax sin nunca caer en la idea de chicle estirado.
En este sentido podemos hablar de un cine sin concesiones, que quizás no consigue unas transiciones limpias entre lo tenso y lo acelerado pero que cumple perfectamente con su función de divertimento festivalero. Genera repelús, pánico, picores y solo al final es cuando uno puede reflexionar sobre si sencillamente pretendía ser un vehículo de género ‹exploit› o la intención social estaba detrás.
Sea como fuere no se puede desdeñar una producción como esta. Por su propuesta, por su honestidad y por tener una realización potente a la altura de las expectativas. ¿Podría beneficiarse de no tener tanto subterfugio inicial? Posiblemente, pero resulta ‹peccata minuta› ante un resultado final que sin duda hará las delicias de los amantes del ‹survival› en su variante de bichos asesinos. Quizás de lo más potente del festival.