El otro día, esperando en la sala de cine para ver Monstruo, pusieron el tráiler de la película Sound of Freedom, sobre un antiguo un ex-agente del gobierno de EEUU que renuncia a su trabajo para dedicar su vida a rescatar niños de los traficantes sexuales, y, aunque en un principio lo que más gracia me hizo fue ver la poca presencia de banderas estadounidenses que sí estaban en el tráiler original, luego me llamó más la atención el hincapié que le hacía el protagonista a un personaje para que tomara conciencia sobre salvar a una niña. La cuestión: ¿y si esta fuera tu hija?, como si esa fuese la única manera de obtener la empatía por un ser humano y lo cambiara todo. Como si la práctica del bien únicamente dependiera de la propiedad de esa persona en un caso, encima, de tráfico de personas. ¿Qué pasa? Que esa atención y los pensamientos que siguieron no tuvieron recorrido porque el tráiler terminó con una voz diciendo «Cuando Dios te dicta qué debes hacer, no puedes vacilar» junto a unas letras que decían «una producción de Eduardo Verástegui»… y ya no pude más tirar del carro. Menos mal que luego la película de Koreeda me ayudó a olvidar y pude seguir sin oír a Dios dictarme nada. Que no hace más que pedir siempre esa persona, y a veces también hay que dar, Señor, algunas veces también hay que dar.
En fin, el caso es que me he acordado de aquel tráiler cuando he visto 7 prisioneros, una producción brasileña dirigida por Alexandre Moratto y protagonizada por Christian Malheiros y Rodrigo Santoro en la que, si bien coincide argumentalmente con Sound of Freedom al poner el foco en la trata de personas, parece que no tanto en incidir en un mensaje de connotaciones religiosas ni de propaganda respaldada por el Departamento de Seguridad Nacional de EEUU o que coincida con la visión ultraderechista de ese tal Verástegui (y todo esto lo saco del tráiler, no quiero ni imaginarme ver esa película con el flipado de Jim Caviezel yendo de Jesucristo con pistola y acordándome de Alejandro Sanz promocionando todo en Twitter). Aquí, en 7 prisioneros, el thriller y el drama son también la base principal sobre la que se construye todo lo demás, partiendo también sobre esa cuestión que, preguntada de otra forma, pero viniendo a decir lo mismo, sería «¿qué harías tú en una situación similar?». La diferencia, quizás, esté en que la acción no parece buscar tanto la sensibilización del espectador respecto a un tema en concreto para captarlo en una de sus sectas, sino en generarle un determinado ‹shock› relacionado con el hecho de que, no tan en el fondo, todos somos prisioneros de un sistema, queramos o no, y en algunos casos ejerciendo de opresor.
Claro, esto es así porque en 7 prisioneros la historia gira en torno a la moralidad, el poder y la responsabilidad, y no tanto en esa decisión correcta que todos sabemos que es así pero que solo puede tomar individualmente un ex-agente federal con disponibilidad de armas a tutiplén y un duro entrenamiento en ataque y defensa. Y no seré yo quien reniegue de ver de vez en cuando en la ficción a un personaje que represente todo el bien y siempre tome las mejores decisiones, pero que esta película funciona por la tensión que construye llevando a su protagonista (y los espectadores) a sus límites morales y emocionales, es difícil de negar, haciendo que se replantee en algunos momentos lo que realmente significa formar parte de un sistema que no deja de mostrar últimamente que está roto, roto, donde además de hablar de la trata de personas, se nos hace un retrato del trabajo esclavo contemporáneo y su ciclo perpetuo que sustenta la metrópoli, haciendo que el espectador se cuestione y se posicione dentro de esta lógica que es válida también para hablar sobre el cumplimiento de los derechos humanos, de si la historia de la humanidad es un relato de progreso o hasta de las acciones de Ursula von der Leyen.