Hace no muchos años, con motivo de un homenaje que el Festival de Sitges le rindió, me quise sumar a tal evento escribiendo una pequeña pieza sobre Don Carlos Pumares. Una suerte de pequeña rendición ante alguien a quien consideraba mi maestro, mi mentor si se quiere y a quien debo mucho de lo que hago, cinematográficamente hablando, hoy día. Con la muerte de Carlos (perdona que te tutee) pensé en republicarlo, pero leído de nuevo veo que en el fondo ese texto hablaba más de mí, de mis experiencias, de la estima profesada que de él. Por ello, quisiera dedicarle unas últimas líneas.
La imagen que tenemos de Carlos es tan válida como quizás distorsionada. Le recordamos en Sitges con su asiento reservado, con sus charlas inagotables en las colas buscando siempre complicidad intergeneracional (y colarse), sus bufidos, quejas y exabruptos. Y sí, esto era Carlos, algo muy cercano al pitufo gruñón a un generador de memes andante, a una persona que parecía arisca y de trato difícil. Pero quedarse con eso es injusto, porque no dejaba de ser un constructo, una imagen, una máscara que se había puesto. Un personaje que, como todos los personajes, parte de una realidad, pero que no deja de ser una exageración.
Y es que Carlos, en la cercanía, era un pozo de anécdotas, de historias interesantes. Un hombre en el fondo afable que no solo buscaba el cariño sino que lo sabía transmitir. Y el cine. ¿Qué voy a decir del cine? Pues que era una auténtica enciclopedia viviente, un pozo sin fondo de conocimientos y además un pionero a la hora de comunicarlos. Carlos, Don Carlos, es sin duda el inventor en este país de la crítica radiofónica moderna. El equivalente en cine de lo que fue José María García en los deportes. Un hombre moderno, revolucionario, y que desarrolló todo un lenguaje que ha acabado por instaurarse como canon en muchos de los que le escuchábamos atentos en las ya lejanas noches de Polvo de Estrellas.
Parece que ahora a Carlos ya no le gustaba nada, que se había quedado anclado en un tipo de cine que ya no existe. Como decíamos, sus aspavientos parecen indicarlo. Y sí, puede que a Carlos estos nuevos tiempos le pasaran un poco por encima, que su mentalidad conservadora en ciertos aspectos de la vida, incluido el cinematográfico le dejaran un poco fuera de juego. Supongo que es ley de vida. Supongo que a todos nos pasará un poco lo mismo. Pero que la memoria no nos traicione. Carlos siempre fue un ‹outsider›, siempre quiso jugar el juego de la crítica a través del comentario chocante. Como no recordar los cortes, a sus oyentes, sus valoraciones negativas a casi todas las películas por las que se le preguntaba noche tras noche.
Carlos fue siempre coherente en eso, en crear lo que se podría decir una marca, un estilo y con ello una mirada que proyectaba hacia lo que veía y en nosotros un reflejo sobre lo que creíamos que opinaba. Al final Carlos fue un grande también en este juego, un pillo, un pícaro de la vieja escuela. Un hombre que parecía absolutamente arisco y que luego era un como un osito que gustaba del halago, aunque pusiera gesto torcido, pero no se cortaba en darlo si era menester. Carlos, Carlos Pumares, Don Carlos Pumares. Genio, figura, mito. Descansa en paz allá donde estés, en aquel lugar en el que tu creías y en nuestros corazones siempre.