Españas hay muchas, pero imágenes hay pocas. Por ejemplo, los retratos del tardofranquismo, habitualmente centrados en ámbitos urbanos en crecimiento y en reivindicaciones político-sociales. Una España real, reconocible y bien documentada. Pero también existía lo rural, donde las normas eran (son) otras. Casi no lugares repletos de ignorancia, atraso y corrupción sistémica. La Espera de F. Javier Gutiérrez nos sitúa en uno de esos páramos. Una localización donde la ley, o algo parecido a ella, depende del capricho, de la concentración de poderes en pocas manos y donde las vidas valen lo que el cacique de turno decida.
Un entorno de polvo, calor, sudor y claustrofobia en espacios abiertos. Un desierto donde la esperanza parece no tener cabida en cientos de kilómetros a la redonda. Con estos mimbres La Espera se constituye en una especie de ‹neo-western› que flirtea con el ‹folk horror› aunque sea a base de crear una metáfora bastante sencilla. Es decir, que estamos ante lo que podría ser un drama rural que se proyecta hacia lo fantástico en la mejor tradición del género.
Sin embargo, el realizador peca de conservadurismo en su propuesto. Si en uno de sus anteriores trabajos, 3 días, le daba la vuelta al cine apocalíptico a través de un enfoque más fresco y lateral, en esta ocasión busca establecer la narración a través de una mirada más clásica que bebe de referencias tan dispares como Peckinpah o ecos de El corazón del ángel.
Una mezcla que por chocante que parezca funciona como un reloj, cierto, pero a la que se le nota algo falta de ‹punch› y sí sobrada de prudencia. Justamente son los momentos de más riesgo, por ejemplo sus escenas oníricas (homenaje a John Landis incluido) las que no acaban de funcionar en su conjunto. Como si fuera necesario introducir estados psicológicos de su protagonista que ya conocemos de sobra.
Es cuando no hay nada de todo ello y Gutiérrez tira más de fisicidad, de film palpable y sudoroso cuando el impacto es más certero y la opresión se hace más presente. De alguna manera parece que la espera del título haga más referencia al momento de introducir el fantástico en la historia que a la propia trama en sí. Esto acaba por generar una suerte de trampa genérica, de estado intermedio que no acaba de encajar del todo y provoca además no solo algo de impaciencia ante lo que debe de llegar, sino también una sensación de previsibilidad que en su desenlace, se confirma.
A pesar de estos matices negativos, estamos ante un producto cuidado con mimo, que sabe lo que quiere y lo ejecuta en una planificación milimétrica. Incluso quizás demasiado detallada. Hay un amor absoluto por los referentes, por los clásicos que reverencia y una visión certera de un tiempo y un lugar no tratados con la profusión que se debería. Pero a La Espera le falta quizás lo mismo que al protagonista del film, un poco más de libertad, de vuelo, de poder; en definitiva, respirar ante tanto encajonamiento, ante este universo cerrado.