Aunque Ashkal, los crímenes de Túnez fue su primer trabajo en solitario, no era la primera vez que se enfrentaba a una ciudad para exponer un misterio irresoluble. Anteriormente había trabajado con Ismaël (también conocido como Mohamed Ismail Louati) en el documental Babylon, una nueva configuración de la Babel multicultural, y se reunieron de nuevo para el título sobre el que se enfoca este estudio del director, una Black Medusa que muestra las primeras inquietudes de sus directores en la ficción.
La inspiración es amplia y elocuente, la Medusa de la que le da título parece una versión de Ovidio, ya que el motivo de esa furia que convertía en piedra a los hombres que se atrevían a mirarla venía de un doble castigo. El primero la violación de Posesión a la sacerdotisa, el segundo de la propia Atenea, quien modificó su cabello a esa imagen monstruosa que todos tenemos en mente por permitir ser violada en su templo. Se convierte así Medusa en un elocuente retrato de lo que representa Nada, la protagonista de Black Medusa, pero no la única inspiración. Solo por citar a uno de sus directores podemos encontrar la vaga apreciación a un film de culto como Ms. 45 de Abel Ferrara, verdadera joya del ‹rape and revenge› del que aquí se toman ideas —totalmente libres en cuanto a su interpretación— para inspirar a su personaje.
Así obtenemos a una joven que no utiliza la palabra pero sí sus actos para definir su semblanza. Los realizadores se decantan por la imagen a la hora de elaborar el relato. Es totalmente visual su intención, al permitir que Nada se mueva por la capital tunecina arbitrariamente aniquilando el caos. Más allá de una venganza elaborada o estilística como la que emplean en films más actuales como Una joven prometedora o Una chica vuelve sola a casa de noche, Black Medusa cae en la repetición a través de nueve actos (diferenciados como nueve noches consecutivas) donde se acomoda el crimen y la sinrazón de un modo creciente. Lejos de acogerse a un significado, la película se enzarza en el gusto por convertirlo todo en una batalla visual. Nos sumergimos en una ciudad nocturna, en los pausados movimientos de esa víctima transformada en verdugo, en la mecánica de la seducción y el arrebato de violencia posterior, sin un gran interés por profundizar en la verdadera Nada. Por su metodología podría recordar a la Elephant de Alan Clarke, ante la consecución de hechos reiterados, si no fuera por lo estilizado de su representación, la verdadera pericia de sus realizadores, algo por lo que también destaca Ashkal, teniendo en cuenta que esta última sí encuentra una verdadera intención expresiva en su construcción de imágenes y espacios.
No deja de ser sorprendente (y nunca lo dejará) que sean dos hombres los que decidan dirigir una historia desde el punto de vista de la sororidad femenina, aunque tal vez sea importante resaltar personajes femeninos en un país en plena reconstrucción con unas actitudes tan marcadas. Es una lástima que el hermanamiento quede enmascarado en cierta fascinación en Black Medusa, quedando el mensaje inerte, como algo accesorio, que no pasa de querer forzar un hilo argumental que nunca llega a nada.
El film se acomoda en lo estilístico, sin profundizar en los hechos, quedando descompensado por fortalecer más su envoltorio que su espíritu narrativo, al que se acerca de vez en cuando para darle un sentido más magnético, adoleciendo ser más fiel a la teoría de todo aquello que quiere homenajear o emular, que a la práctica. Pese a ello no es un mal primer paso si el camino nos lleva a desatar esa energía en Ashkal, la cual podemos enlazar a través de un enigmático personaje del que quedan poco más que unos zapatos llameantes tras cruzarse con Nada. Finalmente nosotros también nos convertimos en piedras al mirar el rostro de esta Medusa, una difusa prolongación de las sombras de una sociedad alimentada por el odio y el silencio.