Las princesas de La Pampa
Érase una vez una empleada doméstica, Justina, y su hija adolescente, Alexa, dos mujeres indígenas que vivían en un castillo en mitad de La Pampa argentina. Alexa soñaba con ser campeona de Fórmula 1 y Justina sentía el deber de mantener en buen estado la enorme mansión que había heredado de su antigua empleadora. En un entorno natural, rodeadas de animales y durmiendo bajo las paredes de un misterioso castillo bohemio, Justina y Ale bien podrían formar parte de un bonito cuento de hadas, sin embargo, son las protagonistas del documental dirigido por Martin Benchimol, un retrato atrevido y, cabe decirlo, respetuoso, sobre dos mujeres encadenadas a una herencia que no es solo material, sino también racial y socioeconómica. La herencia del castillo, el cual Justina se niega a vender o a convertir en una atracción turística, termina siendo un lastre para dos mujeres que no tienen los recursos ni el dinero para mantenerlo.
El castillo es un filme sustentado sobre un proceso observacional trabajado desde la distancia, donde el uso de teleobjetivos permite acceder a la cotidianidad de los personajes sin imponer un dispositivo formal. La película es, principalmente, la contemplación de dos personas habitando su hogar. Una premisa sencilla que Benchimol refuerza a través de un excelente trabajo de fotografía y una interesante elección en los encuadres, que muchas veces dejan a los intérpretes entrecortados por la esquina de una pared o el marco de una puerta, apuntando a la idea de fusión con un espacio que acoge y, al mismo tiempo, encarcela o invisibiliza a estas dos mujeres.
No obstante, aunque el cineasta argentino parezca apelar a un cine de corte realista, marcado por la denuncia social, su propuesta también podría enmarcarse en el terreno de lo fantástico, y es que tanto la música, el diseño de sonido y la estética que envuelven la cinta generan una atmosfera mágica, por momentos fascinante, quizá para sugerir la posibilidad de un encantamiento o hechizo sobre el castillo y sus dos habitantes. ¿Y si esas fuerzas invisibles que impregnan toda la película, son las mismas que imposibilitan la huida del castillo por parte de Ale, las que marginan a Justina y su hija a una vida apartada sus sueños? El castillo es, pues, una especie de paradoja, un regalo material para Justina y Ale y, a la vez, la perpetuación de un conflicto de clase que Benchimol tiende a subrayar con la presencia de los hijos de la antigua dueña, que usan la mansión como casa de campo para pasar el fin de semana y siguen tratando a Justina como una empleada del hogar, de su propio hogar.
Los problemas de El castillo surgen una vez planteados los elementos formales y conceptuales que conforman la totalidad de la película. La carencia de una evolución —la cual se produce abruptamente en la escena final— aboca al documental de Benchimol a ser una continuación de momentos vagos que apuntan hacia distintas ideas sin llegar a materializar ninguna, siendo, al fin y al cabo, demasiado plano y desdibujado.