Entre la Vespa y el patinete.
Una sonrisa construida sobre los cimientos de una vida pasada, eso es lo que filma con ligereza y maestría Nanni Moretti en El sol del futuro, cinta con la que compitió en la sección oficial de la pasada edición del Festival de Cannes.
Giovanni (Moretti) es un septuagenario director de cine al que, de repente, empiezan a acosar los problemas: está rodando una película sobre la invasión de Hungría que la URSS llevó a cabo en 1956 y su forma de trabajar choca rotundamente con la de sus actores (Barbora Babulova y Silvio Orlando); el productor de la cinta (Mathieu Amalric), está en bancarrota y la continuidad del proyecto pende de un hilo; su mujer (Margherita Buy), ante la imposibilidad de convivir con él debido a sus altas exigencias en todos los ámbitos, le ha dejado; su hija (Valentina Romani) se ha independizado y pasa cada vez menos tiempo con él. Así, en el momento en que tome conciencia del tufo a rancio que desprenden sus palabras ya canosas, sus gestos siempre neuróticos, divertidos para el que los observa desde fuera e insufribles para el que los vive en primera persona, se replanteará su vida con la desesperación propia del que —catolicismos aparte— quiere seguir amando y ser amado.
El póster promocional de El sol del futuro, en el que se ve a Moretti subido en un patinete eléctrico, aparte de crear una clara rima con el de Caro Diario, en el que se apreciaba al director conduciendo su ya legendaria Vespa, condensa a la perfección la idea sobre la que el cineasta italiano articula su nueva cinta y, gracias a sus matices, invita a hacer una lectura profunda de la obra, una que no se quede surfeando sobre la piel de las imágenes, sino que se adentre en ellas a pecho descubierto para poder apreciar en su totalidad su esperanzado discurso.
«Si los ideales son absolutamente puros, terminan por ser absolutamente dañinos». La frase es de Haneke , la pronunció en 2009 durante la rueda de prensa en Cannes de La cinta blanca y, en gran parte, también resume la nueva película de Moretti . Porque El sol del futuro no es un relato que se regodee en la capacidad que tiene el paso del tiempo para dejar obsoleto el lenguaje con el que se escribieron años atrás las promesas de un futuro mejor, sino en la necesidad de reescribir dichas promesas con un vocabulario acorde a los nuevos tiempos. El veterano cineasta resalta la necesidad de adaptar tanto las ideas como su forma de aplicarlas a la realidad según las necesidades, problemas e inconvenientes que van surgiendo a medida que una sociedad avanza, porque, de lo contrario, se puede caer en el reaccionarismo.
El sol del futuro es, por tanto, una refutación de la rigidez, del estatismo, de la intransigencia como forma de hacer vida, tanto individual como colectiva, que funciona, además, como demostración de que el dogmatismo es capaz de dinamitar hasta los mejores ideales. Moretti crea así un paralelismo entre un PCI que se negó a condenar la invasión de Hungría por parte de Unión Soviética por haberla convertido en un intachable faro iluminador cuyas acciones, fuesen cuales fuesen, debía apoyar, y el propio Giovanni, que rechaza de forma tajante cambiar la forma de trabajar, pensar y actuar que tan buenos resultados le habían dado en el pasado, sin reparar en que se está convirtiendo en un anciano huraño y anacrónico.
Aliñada con el habitual humor de su director, la cinta se presenta, transparente, ante la mirada del espectador como una invitación a la introspección. Para poder construir el sol que reza el título, primero hay que saber de dónde se viene, como país —de ahí su crítica a la desmemoria histórica—, y como individuo; entender el porqué de las acciones, de los ritos y de las ideas y, a partir de ahí, trazar los planos, a través del diálogo, del futuro.
Porque lo importante, dice Moretti, no es la Vespa, sino recorrer las calles de Roma como acto liberador. Y ahora, en estos nuevos tiempos, él lo hace subido en un patinete eléctrico. Brillante