Con el premio Nuevos directores concedido en el Festival de San Sebastián de 2022 a los directores Jeanne Aslan y Paul Saintillan, llega a las salas de cine de España una película francesa que muestra ese otro verano que también existe y que, más humilde, menos expuesto y con experiencias menos dignas de contar, también sirve para marcar a quien lo vive para la posteridad. O eso al menos es lo que intentan contar Aslan y Saintillan en Un verano con Fifí, una película francesa que tiene su toque de Rohmer, pero con un trasfondo de tristeza y de desestructuración que lo intenta acercar más a la actualidad, sin entrar muy de lleno en nada, pero con las suficientes pinceladas para que lo entendamos todo.
En Un verano con Fifí, seguimos a la adolescente Sophie en su día a día veraniego, donde se dedica sobre todo a hacer recados familiares, a cuidar de los niños que no son obra suya en casa y a hacer de la misma un lugar habitable dentro de las posibilidades de su edad y de la propia educación o vivencias en esa casa. No parece infeliz, pero sí se siente urgencia, la necesidad de tener tiempo para sí, de poder escapar de unas obligaciones que le dan alas para seguir, en realidad. Cuando sale de casa, además de buscar la manera de ahorrase un dinero en los recados, también se dedica a ayudar a una señora mayor que le deja las vueltas del dinero que le da para comprar lo que ella necesita.
Hay quien asocia el verano con la mejor época del año, o al menos una donde es imposible deprimirse más allá de este calor tan infernal. Hay un infinito entero por hacer. Sin embargo, son muchos también los que en verano encuentran la crisis existencial que se asume normalmente para el invierno. Vaya usted a saber por qué, pero en mi caso personal sé lo que es esto, porque en verano tiendo a retomar el visionado del cine de Bergman y otros directores de temas fresquitos y bien veraniegos. El caso es que lo comento porque, en la vida de Sophie, pronto comprendemos que en este verano en el que la seguimos hay un punto de crisis existencial, del que no habla ni sobre el que muestra nada de particular, solo se nota. Una cuestión de edad, quizás, además de experiencias, o de escasez y búsqueda de ellas.
Pero sobre todo de clase, en gran medida, del contraste entre lo que puede vivir una clase aburguesada con piscina o casoplón frente a la que vive en un piso donde sobreviven (o subsisten) multitud, sin que con eso se simplifiquen ambas partes o se ofrezca una visión alegre o triste de ninguna, ni más mala o buena. Tal vez porque Un verano con Fifí no va de eso, porque, como buen cine francés que es, es posible que no vaya de nada y en el fondo de su ser vaya de demasiadas cosas a la vez, desviándose en su segunda mitad hacia una relación de amor que no tiene demasiado sentido, ni atractivo, ni encanto, mientras que en la primera parte uno podía disfrutar de la construcción de la amistad de los dos personajes principales sobre la base de encontrarse perdidos en su juventud, una adolescente y otra prácticamente ya post-universitaria, entre un estudiante de escuela de negocios que vive solo en París y una joven de 15 años que roba cuando puede, se acopla en casas ajenas cuando no la ven y quiere ponerse a trabajar lo antes posible para poder ganar dinero propio cuanto antes.
Dicho esto, resulta necesario avisar de esto antes de verla: es cine francés, muy fácil de ver, pero francés. Es una comedia romántica que no funciona como comedia y de lo otro tal vez menos, pero que aun así funciona como cine que nos gusta ver, gracias seguramente a esa complejidad detrás de su sencilla fachada al mostrar sin poner el foco en tantas cosas de la realidad de los dos principales protagonistas. La química entre ellos, desde sus posturas desganadas o aisladas, es de lo mejor que nos ofrece la película, a pesar de ser dos personajes algo arquetípicos. Pero bueno, a través de ellos se reflexiona sobre la madurez, las relaciones, la diferencia de clase y la manera de abordar la mayoría de edad según las circunstancias, siendo ligera y tristemente predecible hacia el final. Me gustaría decir algo más, pero es una película tan sencilla y fácil de ver que uno sale sabiendo que, salvo cuando un familiar o un amigo con piscina le invite a pasar la tarde en su casa, es posible que no se vuelva a acordar de haberla visto, y mira que la relación de los protagonistas iba bien y tal, pero sin amor el verano no vale nada, ya se sabe.