El director letón Viesturs Kairiss aborda en January la convulsión de los años de la lucha por la independencia de Letonia de la Unión Soviética, un proceso de transformación social y cultural que fue ahogado por la represión miltar de Moscú hasta finalmente lograrlo en 1991. A través de la historia de Jazis, un aspirante a director de cine que tiene una relación con Anna, otra aprendiz de cineasta, la película nos mete particularmente en la piel de la creación cinematográfica y documental de la época, abordando las cuestiones inherentes a su formación artística al tiempo que deben responder y reaccionar a la situación contemporánea en que viven.
Fundamentalmente, January tiene sentido como obra semi-autobiográfica, que remite, si no al detalle, sí sentimentalmente a los recuerdos generacionales del autor, y que puede verse como un homenaje a los cineastas que participaron en este proceso transformativo y supieron capturarlo en cámara, con los riesgos evidentes que ello implicaba para su integridad. Más allá incluso de esta visión concreta de la historia, hay una cuestión de memoria sentimental que creo que evoca a la nación en su conjunto tras siglos de ocupación; el hecho de poder narrar su propia historia, la de la independencia de un país tradicionalmente sometido. Y ello, en mi opinión, le da un valor como documento de esa época y, en consecuencia, de las emociones colectivas del pueblo letón, tremendo.
Lo que desluce el conjunto en este caso es la concreción de estos valores. Cómo plasma dichas emociones en unos personajes que van a ser sus avatares para recorrer el período histórico. Y, sinceramente, ahí la película se me comienza a desmoronar. Hay mucho que decir acerca de lo que quiere contar y evocar January, así como del significado sociocultural para su país tanto de lo que narra como del hecho de mostrarlo; pero la historia personal no tiene gancho. Jazis es un personaje divagante, no muy empático y poco carismático, que seguimos a lo largo de toda la cinta entre idas y venidas constantes sobre aquello que está viviendo. Y entiendo muchos de sus conflictos propios, derivados de la situación convulsa que está viviendo y de la dificultad de elegir entre su propia seguridad y las ganas de denunciar o el sentimientos de comunidad; situación que no solamente se ejemplifica en él mismo sino en las afinidades políticas dispares de sus padres. El problema es que no es un buen avatar, porque no crea interés por lo que le sucede y, en cierto modo, también porque da la sensación de que distrae la mirada de cosas más interesantes, en vez de reflejarlas. Particularmente, a mí me sobra bastante el devaneo romántico que tiene con Anna; no porque no pueda ser entretenido de ver de por sí, sino porque hay cosas que me llaman bastante más la atención que esto en el contexto en que viven sus personajes.
Si January hubiese querido narrar estos sucesos históricos desde el punto de vista de las emociones colectivas, tal vez incluso dejando la ficción de lado y limitándose al registro documental que creo que domina bastante bien cuando hace uso de él, probablemente habría calado mucho más, al menos en mi caso. Pero al filtrar desde una perspectiva individual y dejar ésta a una personalidad tan divagante, tan poco cohesionada realmente con la urgencia de lo que le rodea y, a nivel emocional, con tan poca capacidad de transmitir, el resultado es el que es: una obra que me deja frío. No todo es culpa de esta decisión narrativa, claro está, porque hay que tener en cuenta que a mí me falta ese recuerdo sentimental que quiere evocar la cinta, por el mero hecho de que lo que cuenta no forma parte de mi realidad. Por ello, desde una cierta distancia emocional, valoro su significado simbólico, más allá de que me funcione o no. Lo que pasa es que, en mi opinión, debería ser capaz de construirlo y evocarlo con más eficacia. Porque herramientas tiene; y si no saca partido al desarrollo de personajes, sí logra extraer al menos varios momentos bien potentes a través de su construcción de las imágenes.