Wadjda, una niña saudí que parece no darle demasiada importancia a las restricciones impuestas a su sexo en su país, se divierte y se preocupa precisamente con las acciones y actitudes que la sociedad conservadora en la que vive considera indignas para una mujer. Wadjda sólo juega con un niño vecino a juegos propios de los chicos, y comercia con pulseras, casettes y “recados” en el colegio femenino al que va, lo que le hace estar siempre en el punto de mira de su directora. Un día, Wadjda ve una bicicleta verde en un comercio de su barrio y se propone conseguir dinero para poder comprarla y echar carreras con Abdullah, su amigo, ya que su madre se niega a comprársela por miedo a que se cuestione la dignidad de su hija.
Esta es en síntesis la historia de La bicicleta verde, una película atípica en el sentido de que proviene de un país muy pobre en cuanto a cinematografía y, sobre todo, por ser la primera película rodada por una mujer en Arabia Saudí. En un país donde hasta hace pocos años estaban prohibidas las salas de cine y teatro, y donde la religión islámica impera en todos los aspectos de la sociedad, con lo que ello conlleva en el trato discriminatorio hacia las mujeres, Haifaa Al Mansour no sólo ha conseguido entrar en un mundo desconocido para la mayor parte de la población de su país y, por supuesto, reservado a los hombres, sino que además lo ha hecho con una película que bajo la capa de una historia de superación infantil, transmite una gran crítica hacia esa exclusión que sufre el sexo femenino en las sociedades islamistas.
Al Mansour, creadora también del guión de la película, aborda en La bicicleta verde la realidad cotidiana de las mujeres sin presentarla como un infierno en el que se encuentran sometidas a los hombres, si no exactamente como esa misma cotidianeidad que todos y todas aceptan aunque muchas de ellas sufran al ver cómo sus maridos crean nuevas familias amparados por la poligamia masculina consentida, o crean en la amistad entre hombres y mujeres como algo natural pero ilógicamente prohibido. Para ello se vale de un reparto casi exclusivamente femenino y lleno de matices en cada una de las protagonistas, empezando por el descubrimiento de la niña Waad Mohammed interpretando a la pizpireta Wadjda, que parece estar siendo grabada sin saberlo más que actuando para una cámara. Las otras dos actrices con las que comparte protagonismo, son ya intérpretes consagradas en su país: Ahd Kamel, también directora además de actriz, da vida a la directora de la escuela donde estudia Wadjda, férrea defensora de las costumbres islamistas en cuanto a la idea de la preservación de la dignidad de la mujer, dota a su personaje de una frialdad propia de quien defiende a ultranza la fe en la que cree aun teniendo un comportamiento que pueda resultar reprobable a ojos de los demás. Pero quien nos ofrece la interpretación con mayúsculas en La bicicleta verde es la actriz televisiva Reem Abdullah como la madre de Wadjda, una mujer acomodada y consentidora de la vida que como mujer musulmana debe llevar, pero al mismo tiempo sufriendo por la ausencia física y emocional de su marido a quien la sutileza de sus reproches no le impide disfrutar de los privilegios que su sexo le confiere. La poca presencia masculina en La bicicleta verde sirve solamente como muestra precisamente de esos privilegios inaccesibles a las mujeres, con papeles muy pequeños pero imprescindibles y totalmente relevantes para entender las actitudes de las mujeres a su alrededor.
La bicicleta verde es sin duda una de esas pequeñas joyas que llegan de vez en cuando de cinematografías desconocidas para el gran público que, con un guión sin altibajos y sin ningún atisbo de pretenciosidad ni de concienciar o provocar malestar en quien la ve, consigue que nos acerquemos con sorprendente positividad a un mundo represor y carente de justicia para las mujeres.