El debut en el largometraje del británico Thomas Hardiman comienza en una sala de peluquería en la víspera de un concurso, en la que una peluquera con problemas de control de ira narra con total convicción cómo agredió a un compañero. Esta primera conversación ya comienza a dar pistas de lo que nos espera: un ambiente viciado y tóxico en el contexto de los concursos de peluquería, en el que la obsesión competitiva está a punto de provocar un incendio. Y la chispa podría ser la misteriosa muerte de Mosca, un peluquero que aparece repentinamente con el cuero cabelludo arrancado, generando toda una cadena de suspicacias y acusaciones por el trágico evento.
Medusa Deluxe, por tanto, se revela como un thriller criminal en torno a un supuesto asesinato que vertebra todos los sucesos posteriores de la trama. Pero creo que sería un error decir que va específicamente de eso, de investigar y resolver el misterio o encontrar al asesino. Lo que le interesa a Hardiman aquí es tensar la cuerda entre los personajes, a raíz de las sospechas acrecentadas por la competitividad del concurso incipiente, y con la percepción del espectador, quien se ve arrastrado a un mundo en el que a ratos la muerte de Mosca ocupa una posición prioritaria y a ratos simplemente parece un estorbo para unos personajes que tienen prioridades mucho más elevadas que lamentarse por la tragedia de un compañero. Esa sensación de que nadie se siente demasiado afectado, excepto en lo que les concierne a ellos mismos, resulta más inquietante que el propio misterio.
Y es que esta película, sin dejar de ser un ‹whodunit› eficaz, tiene más que ver con ese tipo de narraciones que construyen una tensión interna entre personajes en un espacio reducido; solo que, en lugar de encuadrarse en un solo espacio, la cámara da vueltas alrededor del edificio y los exteriores, en una concatenación de planos secuencias que recorren pasillos, rodean a los personajes y transmiten una sensación de movimiento constante. Una escenificación sin duda compleja y arriesgada, pero que logra el mismo propósito de sentirse asfixiante y claustrofóbica sin la necesidad de confinar su acción o sus personajes; y que por momentos logra incluso coquetear con el terror, elevando la tensión por medio de la subjetividad de los encuadres.
Pero no sería una descripción del todo completa hablar de esta como una cinta de tensión asfixiante, pues daría tal vez la impresión de que se toma más en serio lo que está contando de lo que realmente hace. En Medusa Deluxe tan importantes son el choque entre personajes y esa violencia que parece a punto de escalar como la sorna, la mirada burlona por encima del hombro a sus defectos y la sensación de que en cualquier momento todo se va a desmontar y revelar como una farsa cómica. Al final, la experiencia al completo, con estas contradicciones de tono, no resulta fácil de desgranar; con una mezcla de géneros y tonos no delimitada, el resultado es una obra en la que el espectador no sabe qué sentir, y ante la que lo más sensato es, sencillamente, dejarse llevar por el ánimo espontáneo del momento.
No hay duda de que Medusa Deluxe es un debut chocante y memorable. Mejor o peor, es discutible, pero formalmente arriesgado, con capacidad para hacerse notar y una relación compleja con lo que narra y con las expectativas del espectador; el final, en ese sentido, es una declaración de intenciones contundente y consciente de sí misma de una forma que, como poco, se puede considerar bastante osada. A mí me ha convencido el viaje narrativo que propone, y sin funcionar de manera óptima en todos sus puntos, me ha resultado un juego fascinante, absorbente en no pocas ocasiones y, en suma, una rareza muy estimulante teniendo en cuenta que es un primer trabajo en largometraje, de referencias obvias pero que busca de manera activa labrarse su propio camino y lo logra.