Ópera prima de la artista visual alemana Melanie Manchot (1966), residente en Londres, estrenada recientemente en el Sheffield Doc Fest. Es una artista interdisciplinar que trabaja la fotografía, los vídeos y ahora incursiona en el cine con esta película que parte del corto británico de 6 min. Arrest of Goudie (1901), primero de la historia del cine sobre un crimen real —el de Ferdinand Zecca del mismo año, Histoire d’un crime es ficción, aunque con inspiración en casos habituales de pena de muerte— sobre un trabajador de un banco de Liverpool que provocó un fraude de 168.000 libras esterlinas.
Se trata de una película híbrida, que mezcla documental y ficción, caminando por una frontera a veces eficaz y a veces confusa en que la ficción está recreada como parte de la realidad en un ejercicio metafílmico que funciona como una suerte de terapia con el foco sobre las adicciones. Stephen es un chico al que se presenta observando el corto mudo de 1901 al inicio de la película en lo que es una audición para interpretar a Thomas Goudie, el trabajador que estafó durante dos años a su banco, adicto a las de carreras de caballos y que sería finalmente arrestado. A continuación, nos habla mirando a cámara de sí mismo, del alcoholismo de su madre, de su hermano y de él mismo. Un hervidero de ansiedad y drogas que desembocan en el juego de máquinas en los bares y de cartas en ambientes clandestinos con apuestas.
Las personas de su entorno participan como personajes en la terapia a modo de curación hecha película y autoayuda para Stephen Giddins, que habla con todos, su novia embarazada, su hermano, juega y pierde al póker, pide ayuda, se enfada, desata su ira con la interlocutora, ante un espejo, etc. Sufre, en definitiva. Aunque no parece un actor profesional, sostiene el peso de la película, por su rotunda presencia, su mirada tímida y reservada, doliente, por su exceso de verborrea plagada de palabras malsonantes con un acento inglés imposible.
Lo más acertado de la película, sin duda, la fotografía con un Liverpool sumergido en una luz plomiza, con tonos azules oscuros, casi crepusculares, apoyada en esos edificios de ladrillo oscuro y frío tan comunes y unas personas arrancadas de las trastiendas de barrios de clase menos favorecida, aunque no suburbiales. También la puesta en escena es atractiva, con formas visuales basadas en planos con multipantallas, el efecto de cine dentro del cine que es siempre tan agradable y la conjugación de planos documentales con algunos poéticos.
La estructura narrativa se rompe constantemente con cambios continuos de la audición de Stephen, su terapia, su vida, sus dudas, sus bajadas al infierno y sus monólogos y balbuceos, que le llevan a confundir su identidad al decir su nombre completo.
Profesora de Secundaria. Cinéfila.
“El cine es el motor de emoción y pensamiento”