Escualos y cine nunca han supuesto una gran alianza lejos de títulos míticos como Tiburón (Steven Spielberg, 1975) o incluso piezas más menudas pero a menudo reivindicadas como Open Water (Chris Kentis, 2003), y es que no parece fácil conjugar elementos que tan pronto podrían tomar un cauce más realista como enunciar una espectacularidad que podría contrariar los preceptos anunciados con anterioridad. Y es, precisamente, en esa parcela, donde surge quizá el principal ‹handicap› de este tipo de productos al no sostener en ocasiones un tono conciso que avale la propuesta y que se decante por un verismo que la refuerce o, por otro lado, decida jugar sus cartas en el campo de barro: aquel donde retozar no está alcance de todos puesto que al fin y al cabo nos hallamos ante un género (y un contexto) donde la tensión y la incertidumbre son armas muy a tener en cuenta.
Parece que en ese sentido Kimble Rendall lo tuvo bastante claro, y es que si bien en Bait (Carnada) se combinan determinados ingredientes que bien pudieran asemejarse contradictorios, lo cierto es que el cineasta australiano —acompañado en el libreto por Russell Mulcahy, uno de los nombres ineludibles del punto álgido del ‹ozploitation› gracias a una pieza clave como Razorback: Los colmillos del infierno— ya advierte durante los primeros minutos de su segundo largometraje —tras, todo sea dicho, aquella abyección llamada Cut (Corten)— que la naturaleza festiva de su particular incursión genérica predominará por encima del resto: un hecho que reafirman tanto la predilección por engarzar planos que funcionen dentro del 3D más chusco —un invento ya de por sí petardo que incluso se antojaba peor cuando se empeñaban en arrojarte cualquier objeto/ser vivo a la cara, cosa bastante frecuente en el film que nos ocupa— como su modulación decididamente cómica —ese surfista yendo a encarar olas en la playa ante un más que obvio maremoto—.
Así, y con un elenco de lo más dispar y heterogéneo que enlaza nombres como los de Xavier Samuel, Sharni Vinson —la fabulosa ‹final girl› de Tú eres el siguiente—, Julian McMahon e incluso Cariba Heine y Phoebe Tonkin —rostros centrales de esa serie ‹aussie› protagonizada por sirenitas y titulada H2O—, Bait (Carnada) apuesta directamente por dirigir sus variables al contexto más inverosímil posible (un supermercado) a través del que poder enlazar tanto imágenes como secuencias no muy habituales en este tipo de productos —una estrategia que, por cierto, fue mejor acogida ante la Infierno bajo el agua de Aja; también, cierto, de cauce mucho más atmosférico—, subrayando de ese modo una naturaleza tan petarda como la de su 3D: ya no se trata de encontrar espacios improbables o extraños, sino más bien de disponer un marco en el cual la cacería de los escualos en cuestión pueda ser más estimulante y llamativa, si cabe. Y a fe que lo consigue.
Lejos de aunar a toda una expedición de arquetipos con patas que sirvan, como su título indica, de carnada a los tiburones, Rendall se las apaña para generar situaciones de lo más rocambolescas donde los animalitos puedan lucir: algo que consigue no solamente cuando el 3D (el de los efectos especiales, ciertamente logrado) aparece en escena, también haciendo confluir dos universos que fácilmente se podrían repeler, pero que el australiano integra con estampas, en ocasiones, de lo más imaginativas integrando la fauna acuática en el entorno. En ese supuesto, Bait (Carnada) funciona como algo más que la típica fantasmada salida de las manos de alguien con absoluta devoción por los bichos y el género, y aunque no falta la común comparsa dramática (poco más que reforzada con extractos sonoros innecesarios, pero tampoco molestos), complementa su condición con un, en ocasiones, salvajismo de lo más divertido y disfrutón.
En definitiva, la amenaza en esta ocasión se traslada a un gran centro comercial (y su aparcamiento), huyendo de los frecuentes y amenazantes parajes australianos, y lo hace arrojando dosis de entretenimiento y de secuencias pasadas de rosca por igual: algo que agradecerá cualquier aficionado avezado con ganas de pasar un buen rato, y que además de contemplar pintorescos planes de todo tipo (que, cómo no, incluso llegan a desafiar la física), sobresale sin necesidad de encontrar determinados desvíos o el carisma de unos personajes que, en términos generales, brilla por su ausencia. Y es que al fin y al cabo, ante una premisa con los suficientes alicientes (y carnada), ¿quién podría querer otra cosa que no fuese un tiburón sobrevolando nuestras cabezas (en riguroso 3D) para dar matarile al humano más cercano que, en un intento por escapar, andaba haciendo el lila colgado por ahí? En efecto, la respuesta más concisa (y firme) la encontrarán en Bait (Carnada).
Larga vida a la nueva carne.