Jean-Paul Civeyrac llega este fin de semana a cines con Traición apostando por un género (el thriller) ya no poco común, sino prácticamente ausente en su obra, más habituada a confrontar escenarios cercanos a construcciones más dramáticas —incluso, las veces, colindantes a la ‹nouvelle vague›, aunque el francés nunca ha sido, por lógica, un nombre anexionado a esa corriente— que genéricas. No obstante, en el reflejo de esa búsqueda en torno a un marco afectivo, el cineasta sí ha desplazado sus miras alguna vez en torno a un terreno si bien no estrictamente fantástico, cuanto menos contiguo a un sobrenatural desde el que determinar un marco donde lo emocional queda determinado por su propia condición, por lo volátil de un sentimiento que se puede concretar a través de actos, pero que Civeyrac precisamente aleja de lo tangible, de lo terrenal, en esas aproximaciones inclinadas en torno a un escenario en ocasiones más quimérico que determinan films como Fantômes (2001) o la pieza que abordaremos a continuación, A través del bosque (À travers la forêt, 2005).
Estructurado en distintos episodios, cada uno de ellos configurado mediante un plano secuencia, el sexto largometraje de Civeyrac apuntala el estilo de un cine que por momentos muestra un marcado carácter ensayístico —mucho más acentuado en su anterior y ya citada Fantômes— y, ante todo, posee una notoria predilección por la puesta en escena y todo aquello que esta puede aportar a la condición de un cine que tan pronto desvela una propensión teatral no tanto desde el manejo de los recursos cinematográficos o la forma de filmar en sí como de la exploración de escenarios cuyos elementos e incluso iluminación pivotan en ese sentido, como marca los dominios de una parcela donde tanto aquello perceptible como lo imbuido bajo una capa de irrealidad patente marcan unas pautas muy concretas.
Es, de hecho, a través de esa confluencia entre lo que podríamos denominar tangible y una apariencia más etérea, como el autor de Mes provinciales es capaz de invocar un fantástico que se reproduce en atmósferas surreales guiadas por su banda sonora y el empleo de composiciones (siempre desde lo escénico) específicas, pero asimismo encuentra en los recovecos del relato modos de filtrar una naturaleza volátil desde la cual llegar a lo verdaderamente sustancial, a aquello que el cineasta considera significativo para el devenir de su obra.
Y es que, lejos de apelar al género como mero pretexto, como distorsión arbitraria pero al fin y al cabo adherida a un tejido donde todo confluye con cierta cohesión, Civeyrac comprende esa distancia entre lo físico y lo inmaterial como una manera de otorgar forma a esa visión sobre el amor donde aquello que es en realidad importante se concibe desde la abstracción que el propio concepto suscita. La consolidación, pues, del vínculo desde un plano físico es desdeñado por su protagonista, Armelle, quien no concibe una alianza como algo que refuerce aquello ya implícito en el plano afectivo, idea que Civeyrac apuntala desde sus distintos pasajes, un empleo ciertamente expresivo del color —con ese uso del rojo y el blanco, en especial— y hasta la consolidación de esas atmósferas irreales, más allá de algún que otro diálogo que refuerza esa percepción.
A través del bosque sobresale así como un film sinuoso, que trasluce más allá de lo artificial que pudiera resultar su planteamiento —y es que, además de esa convencida puesta en escena conducida por planos secuencia y perfilada por una planificación en lo actoral y un modo de ocupar los espacios que en ocasiones podría incluso rememorar el cine del bueno de Hal Hartley— y logra fluir sin necesidad de apelar a esa naturalidad que podría contener, pero que rehúye en sus desvíos genéricos logrando poner el foco sobre una perspectiva que va más allá de cualquier convención —no hay, en esos desvíos, apenas lugar para la melancolía o la nostalgia— y que cristaliza en su discurso no por la convicción del mismo, sino por el modo en cómo el cineasta emplea unos mecanismos que hacen de su cine un estimulante lugar a (re)visitar desde el que, ante todo, confrontar el género con otras expectativas.
Larga vida a la nueva carne.