El regreso de Lou Ye a cines con motivo de la remasterización de uno de sus primeros largometrajes, Suzhou River, por el que recibió el Tiger Award (máximo galardón que otorga el Festival Internacional de Cine de Róterdam), se advierte como el pretexto necesario para reivindicar una de esas figuras del cine chino a la sombra de otros coetáneos como Jia Zhang Ke, el veterano Zhang Yimou o incluso en menor medida Bi Gan o Diao Yinan —no tanto por el recorrido de una hasta ahora breve carrera como por el eco internacional que suelen generar sus obras—; y es que, al igual que algunos de ellos, el de Shanghái ha sabido dotar de un carácter propio a esos relatos donde la Historia del gigante asiático se persona para moldear en un sentido u otro el trayecto de los distintos personajes que deambulan por sus films.
No resulta extraño, pues, ver como Lou Ye forja sus obras a raíz de contextos históricos de lo más dispares, desde los preámbulos de la segunda guerra chino-japonesa hasta la Masacre de Tiananmén acontecida a finales de los años 90, todo ello para hacer confluir una mirada poliédrica desde la que comprender nuestra naturaleza a través de una distinta dimensionalidad.
Esto obtiene su glosa en el que supondría el cuarto largometraje del cineasta chino, una Purple Butterfly ambientada en la China pre-conflicto con su vecina Japón, que encuentra en la ambientación uno de sus pilares más distintivos. No es que desde ella se desprendan los cimientos de una atmósfera dispuesta a adueñarse del relato, pues Ye siempre hace confluir esos elementos de un modo, aunque tenue, más bien envolvente, ni mucho menos invasivo, pero sí sirve, no obstante, para otorgar un carácter propio a esa crónica a tres bandas teñida mayormente de tonos azulados y embebida por un caos urbano propiciado a raíz de las distintas manifestaciones y del intento por resistir la invasión nipona.
No hay, de este modo, una intrusión en el ámbito más intimista del particular contexto esbozado, y es que si bien sus personajes no dejan de ser presa del mismo y sus decisiones se derivan de todo aquello que se desliza de dicha coyuntura, en ese aspecto Ye traza las distintas relaciones con pulso en un primer acto donde el valor que estas poseen deviene primordial, ya que a fin de cuentas de ellas se desprenderá buena parte del peso del film, que encuentra en el espacio afectivo una respuesta a todo ese vaivén que se desprende de su (en parte) vocación genérica en tanto que dispone sus piezas como un thriller de espionaje que muda su piel con una facilidad pasmosa.
Así, y haciendo uso de una narrativa que se torna densa por momentos, pero que encuentra cierto reposo en el modo en cómo el cineasta adereza sus ingredientes, Purple Butterfly se alza como un ejercicio de calado dramático cuya bifurcación genérica, que incluso llega a apelar al ‹neo noir› —tal y como ya sucedía en su último largometraje, Saturday Fiction—, refuerza sus mimbres pero no posee un peso tan significativo como el trazo de esos distintos vínculos que se irán articulando en torno a un angosto territorio donde tienden a desaparecer y crear un vacío sostenido. Algo que el autor de Summer Palace plasma tanto en determinadas imágenes como en esa forma de modular los compases de esa narración y su tono.
Queda claro, pues, que Purple Butterfly prioriza ante todo el dibujo de unos personajes cuyos sentimientos son interpelados a través de la pérdida en ese conflicto que todo lo devora; pero no solamente una pérdida focalizada en el ámbito afectivo, sino también en un pasado que se les escurre entre las manos —y que Lou Ye mira con una cierta melancolía a través de secuencias que desdibujan el presente para encontrar los asideros necesarios en momentos donde lo emocional recompone de alguna manera ese ahora— e incluso una capacidad de decisión que se termina resolviendo entre las cicatrices surgidas entre ambos países y unos vínculos que se devanean en torno a los designios de esa pugna. Cada gesto y cada detalle toma en ese marco una importancia providencial, y es que en ellos dirime Lou Ye las peculiaridades de un cine co-habitado por silencios en el cual, sin embargo, cada palabra posee una dimensión que solo el calado de las imágenes concebidas por el cineasta chino pueden sustentar con la fuerza necesaria.
Larga vida a la nueva carne.