Margarethe Von Trotta, a veces más conocida por ser pareja del también cineasta Volker Schlöndorff y formar parte de la segunda ola del nuevo cine alemán (saludos a Wim Wenders), con la que se dieron a conocer co-dirigiendo en 1975 la propuesta Die Verlorene Ehre der Katharina Blum oder (El honor perdido de Katharina Blum) es posiblemente, la mirada más esencial para entender el periódo alemán en el la época de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial. Hija de la generación cuyos padres, brazo en alto, siguieron al bigotes de Hitler hasta lo más alto antes de caer en lo más bajo del ser humano, su mirada se ha especializado en dos temas, el terrorismo de extrema izquierda que desgraciadamente sacudió su país en los años 70 y en una reflexión sobre la historia alemana en determinados personajes históricos no tan conocidos por el público, como es sin duda la interesante Rosa Luxemburg (Rosa Luxemburgo, 1986). Es por tanto, un cine de choque generacional en su primera etapa (¿como pudieran nuestros padres caer seducidos y ser seguidores entusiastas de la peor de las ideologías?) para acabar basculando en una reflexión llena de matices y autocrítica histórica sobre la Alemania del siglo pasado.
Después de las presentaciones, toca hablar de Hannah Arendt. La filósofa, aunque ella nunca se consideró tal, que habiendo huido de la Alemania nazi por su condición de judía y tras establecerse en Estados Unidos, publicó con motivo de la captura y posterior “juicio” sobre el criminal de guerra Eichmann un tratado sobre la banalidad del mal, donde venía a decir, entre varios temas polémicas que le canjearon el despreció de buena parte de la comunidad filosófica y de los políticos israelitas (realmente Hannah siempre les dió bastante caña), que el ascenso del nazismo se consiguió gracias no a animales antisemitas llenas de odio como siempre se había dicho, sino al burócrata gris ausente de moral que solo “hacía lo que le mandaban” que encarnaba Eichmann, el tipo encargado de que los trenes llenos de hombres y mujeres llegaran de la manera más eficiente a los campos de exterminio. Un tipo gris y mediocre siempre dispuesto a satisfacer a sus superiores.
Margarethe, al igual que su idolatrada Hannah, se ha especializado en intentar comprender y explicar la historia alemana, aunque nunca justificar sus males y en la película sigue profundizando en lo mismo. En primer lugar, tenemos a una Hannah alejada de la idea preconcebida que siempre se ha tenido sobre ella como mujer fría y distante. El punto de vista elegido es el perfecto para seguir aquel juicio que fue más una pantomima que otra cosa, para observar y reflexionar sobre el peor tipo de mal que puede existir en el mundo; no la los hombres crueles que cometen actos llenos de barbarie y de manera irracional, sino la de los que callan ante esos actos o los que participan en ella sin mancharse las manos en los campos de batalla con la conciencia tranquila. Es por tanto, tanto una mirada al pasado alemán como una reflexión del presente más inmediato.
Aunque no es perfecta, como tratado ético y moral es magistral, al igual que el libro de Hannah, titulado Eichmann en Jerusalén. Un libro lleno de frialdad en ciertos aspectos y que estremeció a más de uno al asegurar, entre otras cosas, que la solución final fue posible entre otros asuntos por la complicidad de muchos judíos, los llamados Kapos, que se encargaban del funcionamiento de los campos, de la selección de los deportados y de orquestar como cadena de mando más inmediato la llamada «solución final». Un libro tan terrible como imprescindible basado en las anotaciones que Hannah, como periodista (y no como filósofa), anotó en el juicio contra el criminal de guerra alemán más buscado tras acabar la contienda.
Reflexivo, con un ritmo al que algunos acusaran de lento, se desgranan las ideas que Hannah va observando a lo largo del procedimiento y el desprecio que suscitaron sus observaciones, llegando al punto de que hoy en día todavía queda gente que usa sus apuntes más para atacar al estado de Israel que para reflexionar sobre la verdadera obsesión de su autora, el mal camuflado en gente corriente y ordinaria, dispuestos a cumplir su cometido al precio que sea.
Burócratas por encima del bien y mal.
Y de eso el mundo está lleno.
Con esta película, Margarethe acaba su trilogía de las mujeres (Rosa, Hannah o las rosas de aquel Berlín de 1943) que influyeron de alguna manera tanto a una forma de entender el mundo, Alemania o la humanidad. Siempre desde el humanismo y la reflexión, tratando de explicar y entender los acontecimientos más relevantes de la historia. Sin extremismos, sin gritar, con miradas agudas y acertadas sobre temas que no suelen ser tratados así.
No, no es perfecta la cinta, pero como mínimo es recomendable y disfrutable.
Vaya, que merece la pena.