El cine de Jafar Panahi continúa dando pasos hacia esa deformación meta en la que parece haberse instaurado su obra desde aquella Esto no es una película que seguía el proceso del cineasta tras una sentencia que lo condenaría a seis años de cárcel y veinte de inhabilitación. De hecho, recientemente se celebraba la liberación del propio cineasta a manos del régimen tras siete meses de encarcelamiento tras someterse este a una huelga de hambre a inicios del mes de febrero. No obstante, esas inquietudes en torno a un terreno cinematográfico que ha dejado en los últimos años piezas como Closed Curtain o Taxi Teherán, ya estaban presentes en su segundo largometraje, una El espejo que ya alejada de la mentoría de Abbas Kiarostami —recordemos que el maestro iraní fue el encargado de escribir el guión del debut de Panahi, El globo blanco— exploraba un dispositivo desde el que arrojar conclusiones muy distintas con esa suerte de fábulas con las que arrancó la carrera del autor de la recién estrenada Los osos no existen. Pero lejos de ese mecanismo cinematográfico y lo que ha supuesto el prisma meta en la carrera del realizador, aquello que siempre ha estado presente ha sido una mirada a la sociedad de su país no sólo realizando radiografías de lo más sugestivas, sino también dando voz a un colectivo, el femenino, en films como Offside (Fuera de juego) —que le valdría el Gran Premio del Jurado en la Berlinale— o esta El círculo que nos ocupa —por la que consiguió el León de Oro en Venecia—, donde mediante el testimonio de distintas mujeres, iniciando con una madre que buscaba cerciorarse del sexo de su nieto tras una larga espera, y terminando con una prostituta que será trasladada a la cárcel después de ser sorprendida con un cliente, el cineasta explora las vicisitudes del trato discriminatorio dispensado a la mujer.
Lo más destacable de esos primeros compases de la carrera de Panahi, no obstante, son tanto el hiperrealismo del que hacía gala el cineasta desde un estilo quizá no tan combativo pero sin duda exhaustivo —con esas largas secuencias de seguimiento y la única presencia del sonido ambiente como acompañamiento— como una mirada alejada del dogmatismo al que incurre en no pocas ocasiones el cine social y de esa imposición que no pocos autores han decidido establecer como prisma para abordar determinados problemas, siendo en especial la desnudez de su perspectiva sin duda uno de los particulares baluartes del cine del iraní. Un hecho este que se constata en cada pequeño apunte mediante notas a pie de página o diálogos, aunque muy especialmente en el retrato realizado, sin ánimo de hacer prevalecer una óptica que no por ello toma una fría distancia, pero cuanto menos sabe disponer las herramientas y tratar al espectador con la consideración necesaria.
De este modo es como Panahi es capaz de abordar asuntos que muy probablemente no estuvieran a inicios de siglo —ni quizá, por desgracia, en la actualidad— en boca de nadie, y los traslada a las calles de una Irán en constante bullicio, cuyo vaivén se traslada en forma de una percepción sobre la cual los distintos personajes principales que pueblan esta El círculo, todas ellas mujeres, desprenden ya no esa llamada sororidad, sino una mirada desde la cual poder comprender la problemática de una sociedad machista y castradora, donde la presencia del hombre es poco más que un requisito indispensable para poder avanzar, ya sea en propósitos más (a priori) triviales como los de realizar un viaje o en otros de una mayor envergadura como el hecho de querer abortar. Sin embargo, El círculo no se alza en ese sentido ni mucho menos como un alegato, sino como una exposición que ya por sí sola debe ser suficiente motivo como para continuar cuestionando y diseminando los entresijos de una sociedad que sin lugar a dudas necesita cineastas de la visibilidad y peso de Jafar Panahi para seguir exponiendo aquello que desafortunadamente en pleno s. XXI sigue siendo uno de los grandes estigmas de una cultura como la iraní.
Larga vida a la nueva carne.