La adaptación de Karel Kachyna del famoso cuento de Andersen es extraña por diversos motivos. Desde el principio, la película significa un proyecto algo difícil de clasificar dentro de la filmografía de este director, quien es conocido principalmente por sus ficciones de trasfondo político y muy en especial por su contestataria y paranoica La oreja. Aquí no hay nada de esas consideraciones temáticas, de hecho Kachyna narra el cuento desde una perspectiva plenamente clasicista y fiel a la historia original. Más allá de ciertas licencias metarreferenciales que introduce para dar un toque burlón a la obra, la historia de La sirenita es, por tanto, la de un romance trágico y marcado por el fatalismo. Y como manda la lógica de los cuentos de hadas, todas las decisiones están sujetas a una predestinación rígida.
La consecuencia de ello más obvia es que hay una cierta falta, o no pretensión de introspección en sus personajes. Todos están ahí para cumplir un rol prefijado por la trama dentro de esta tragedia, con una intención puramente fabulística. Esto se demuestra en mayor medida en lo que considero el punto menos lucido de la película: sus interpretaciones. Más allá de la presencia imponente e hipnótica de Miroslava Safranková, a nivel actoral no hay una gran expresión y visceralidad. Los personajes recitan sus líneas más que sentirlas y el hieratismo es un recurso bastante común. Esto choca, de nuevo, mucho con la dirección de actores usual de Kachyna, quien ha logrado anteriormente interpretaciones muy intensas y sentidas.
Entonces, ¿qué aspectos positivos aporta esta versión? Pues todo lo demás, y no es poco. El autor checo idea una adaptación de La sirenita que, además, se aleja de la imaginería visual que rodea normalmente a este cuento, al adoptar un punto de vista más teatral en la caracterización física de sus personajes. Los habitantes del reino marino no son seres híbridos mitad humano mitad pez, sino que visten túnicas de colores azules y pardos y peinados estrafalarios, lo cual hasta cierto punto les da un aspecto más similar al de una raza alienígena en una película de ciencia ficción kitsch que al imaginario colectivo que tenemos de estos personajes. Además, las escenas bajo el mar no se preocupan de ser creíbles mediante efectos especiales elaborados, no al menos de forma inmediata.
Todo esto podría ser una receta para el desastre, pero de algún modo se las arregla para ofrecer una experiencia estética fascinante de principio a fin. Cuando hablo de esa falta de credibilidad inmediata de los efectos, no lo hago como un reproche: la película apunta mucho más allá de eso y su puesta en escena es una demostración sistemática de imaginación y creatividad a la hora de plantear sus escuetos recursos. Para representar escenas bajo el mar, recurre al truco simple de grabar a sus personajes moviéndose a cámara lenta y ondeando sus túnicas; para reflejar la sensación de irrealidad, satura la iluminación, creando imágenes difuminadas. Lo mismo puede decirse del resto de aspectos visuales y sonoros de la obra. Kachyna hace de la austeridad una virtud, y a través de la música, las reverberaciones, la iluminación, el color y la cadencia del movimiento, entre otros, consigue algo que la diferencia de otras versiones más comunes del cuento: transmitir emociones a un nivel de ensoñación, más lírico y abstracto pero no por ello menos eficaz; si acaso, todavía más, porque cala a un nivel más profundo.
Y es entonces cuando los fallos o carencias mencionados anteriormente se entienden y justifican, cuadrando el círculo de esta maravilla; porque la artificialidad y el hieratismo de las interpretaciones no son sino la continuidad del camino para alcanzar esa expresividad abstracta que, en último término, es lo que busca esta película. La sirenita de Kachyna no es una obra en la que resulte fácil adentrarse, tanto por la incoherencia estilística con el resto de su obra como porque el hito expresivo que logra, poco a poco pero inexorablemente, es el resultado de decisiones de puesta en escena que desafían la lógica de la narración cinematográfica tradicional. Tiene la virtud de ser una demostración impresionante de pericia en el medio sin parecerlo, dando vueltas por ideas audiovisuales y narrativas anti-intuitivas para alcanzar, al final del todo, esa visceralidad e intensidad emocional a las que parece no estar acercándose conscientemente.