Jean Becker es uno de esos cineastas siempre interesados en la condición humana sin que esta deba estar necesariamente ligada a credos o clases sociales. Condicionada, eso sí, por situaciones personales que por lo general han marcado el devenir sus personajes, ha sido capaz de acercar al espectador antes a su propia naturaleza que a conflictos que más bien servían para definirla.
Aunque en Mi encuentro con Marilou ese factor sigue vigente, sus protagonistas se sienten más imperfectos que nunca, y aunque si bien el cine de Becker había destacado en algo era precisamente en el hecho de presentar personajes con sus blancos y sus negros, en el nuevo título del cineasta francés estos sí se sienten atados en demasía a su condición.
Él, Taillandier, es un hombre ya mayor, antiguo artista, que vive con su mujer, envuelto por su familia; sin embargo, algo ha cambiado en los últimos tiempos y ya no se siente agusto con los que le rodean ni consigo mismo. Mientras, Marilou es una menor a la que su madre, espoleada por un novio maltratador, ha echado de casa. Al habitual comportamiento de una muchacha de su edad, se unen las dudas generadas en el seno familiar por un ente externo que no parece dispuesto a salir de él así como así.
Becker encuentra de nuevo en la pintura, antiguo cobijo emocional de Taillandier, uno de esos vehículos para adentrarnos (no sin ciertas reservas) en esa pugna interna, encontrando su máxima expresión en un inoportuno flashback que nos retrotrae al epicentro de esa vorágine de sensaciones encontradas que terminarán con el curtido pintor buscando respuestas que quizá ni siquiera requieren solución alguna.
En ese contexto, se topará con Marilou ante una situación que se antoja límite para ambos y que les llevará, tras un particular periplo en el que ninguno parece querer el apoyo del otro, a alquilar una pequeña casa en un pueblecito costero. El idílico paraje devendrá clave para desentrañar a ojos de Marilou la esencia de una etapa en la que Taillandier se tornará padre de improviso y recobrará en la rebeldía y maneras de la joven muchacha un aliento perdido.
Dirigida por el galo con la sencillez de la que suele hacer gala, esto es, sin emplear grandes recursos escénicos ni visuales, Mi encuentro con Marilou se apoya más en las interpretaciones, diálogos y, en especial, en esas pequeñas imperfecciones de las que hacen gala ambos personajes. Desafortunadamente, en el primer aspecto la sobria actuación de Patrick Chesnais no obtiene réplica por parte de una debutante, Jeanne Lambert, cuyo papel se antoja más bien desdibujado en ciertos aspectos.
Los anclajes narrativos de una cinta en más de una ocasión dispersa, no impiden a Becker hacer gala de un cine que aquí no alcanza las cotas de Dejad de quererme o La fortuna de vivir, pero sumerge al espectador en uno de esos pequeñas relatos no carentes de cierto encanto que son manejados con buena mano por un cineasta que todavía parece conocer a la perfección los engranajes de aquello que maneja.
Es, en definitiva, Mi encuentro con Marilou una obra menor que tenía que llegar tarde o temprano y en la que Becker muestra una fragilidad que durante su carrera han ido atesorando la extensa galería de personajes que nos ha regalado. Fragilidad ligada a lo imperfecto, a lo incompleto y, en definitiva, a aquello que nos hace más humanos si cabe. Y es que ya iba siendo hora que el autor de Un crímen en el paraíso demostrase que él forma parte de esa galería y que, pese a ello, es capaz de dejarnos con una tenue sonrisa aunque la emoción no nos haya desbordado de nuevo.
Larga vida a la nueva carne.