La proyección social de nuestra identidad se construye sobre unas máscaras que se adaptan a lo que nos rodea. Pero ¿qué ocurre cuando alguien es capaz de ver en nosotros más allá de lo que pretendemos mostrar, aquello que puede transgredir lo que se considera aceptable? All the Colours of the World Are Between Black and White (Babatunde Apalowo, 2023) arranca con su protagonista Bambino (Tope Tedela) mirando a cámara, en un primer plano que se realiza sin que veamos a su fotógrafo. La misma película acaba con el contraplano de su inicio, viendo en ese caso la mirada del fotógrafo Bawa (Riyo David) en su plena comprensión de la persona objeto de sus fotografías. Entre esos dos momentos, la película desentraña la cotidianidad de Bambino en su trabajo como repartidor, las relaciones con los vecinos de su edificio y sus amigos. Se muestra una persona generosa y amable, que intenta ayudar incluso cuando nadie se lo pide, que lleva una vida en realidad solitaria, estructurada sobre ciertas rutinas. De repente, Bawa aparece como una nueva amistad. Juntos recorren la ciudad de Lagos buscando lugares para tomar instantáneas con la excusa de una competición de fotografía.
Lo que en principio aparenta una mera amistad da paso a una relación afectiva inesperada para Bambino, que se cuestiona si lo que siente por Bawa significa que es homosexual. Esta crisis de identidad se encuentra con el desafío que supone ser gay en un país como Nigeria, donde no sólo no existe protección para los derechos de las personas LGBT+, sino que está penado por la ley serlo con hasta catorce años de prisión. De hecho, en los estados de mayoría musulmana —donde han adoptado la Sharía— tener relaciones sexuales entre personas del mismo sexo se castiga con la muerte por lapidación. En este violento y represivo contexto se ambienta una historia que tiene unas connotaciones muy concretas. Un contexto político y cultural que el director intenta transmitir desde el fuera de campo, con la modificación de la relación de aspecto de la fotografía, pasando de un panorámico 1,77 al más opresivo 1,33:1 en los momentos de mayor conexión emocional entre ambos. Una contradicción visual que propone los espacios abiertos como lugares de engañosa libertad, ante la imposibilidad de mostrar su cariño en público; y los cerrados, donde se provoca un conflicto interno al hacerse posible esa peligrosa intimidad, que ni siquiera con la oscuridad proveen de un entorno que se sienta seguro.
Las dinámicas sociales en las que se enfoca la cinta —alcanzando los conflictos intergeneracionales y las imposiciones de la tradición— se exponen además a través de la presencia de la joven vecina Ifeyinwa (Martha Ehinome Orhiere), que se ve obligada a casarse con un hombre mayor y renunciar a su educación en breve. También por la filtración de ruidos de sus apartamentos anexos y la falta de privacidad, que supone estar al tanto de lo que ocurre en el interior de los hogares y las vidas de los demás. Cualquier movimiento o compañía que se mantenga, todo resulta cristalino y sospechoso para el resto. Apalowo rueda el filme con una fotografía basada en planos fijos, que mantiene una coherencia absoluta en la construcción y fragmentación de los espacios y cuerpos, con el uso de planos medios, reencuadrando en el interior del apartamento con los elementos del mobiliario y la decoración. O en el uso de planos generales fuera de la ciudad, donde sus figuras se pierden en el paisaje. La precisión de la planificación es extraordinaria y mantiene una distancia narrativa que potencia el tono contenido del relato y lo aleja del melodrama, mientras configura un retrato de su protagonista desde el hermetismo psicológico y una perspectiva que evoca al neorrealismo.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.