En tiempos en los que se sigue especulando sobre el derecho a la libre elección de las adolescentes frente a una maternidad no deseada, desde Francia nos llega el debut de Julie Lerat-Gersant, Pequeñas valientes (que viene de Petites, un título menos comprometido con una opinión concreta), una película que arranca en ese momento en el que la decisión pasa a ser un tema legal que compromete la libertad de la embarazada en cualquier sentido.
Con una efusiva y luminosa secuencia inicial que juega con la iluminación de una ambulancia tras un fallido aborto donde madre y futura madre adolescente se abrazan como si fuesen solo una, la joven directora pone en juego toda la emoción que se irá diluyendo con el paso del tiempo. La joven Camille, de 16 años y con cuatro meses de gestación en su cuerpo se encuentra frente a la tesitura de romper ese apego maternal y asumir consecuencias no deseadas, siendo este el paso previo a dos historias que se revuelven constantemente: conocer un centro maternal para adolescentes con pocos recursos y desarrollar la personalidad de Camille para que encuentre su lugar en el mundo.
La primera propuesta es algo vaga pese a que la acción suceda en uno de estos centros. La directora nos ofrece algunas pinceladas de lo que supone la vida para jóvenes inexpertas que sienten el amor por sus pequeños pero no siempre saben dar el paso de dejar su propia niñez o adolescencia de lado. Esto es algo que potencia a través de una de las compañeras del hogar, con quien consigue crear lazos afectivos que hacen dudar a Camille sobre sus propias intenciones a través de la hija de la compañera (que resulta ser la propia hija de Julie Lerat-Gersant). También intenta dar forma a las labores de los trabajadores sociales del centro, que pasan del rutinario acompañamiento a alguna salida de tono reivindicativa sobre el trato con las jóvenes y sus hijos. El problema es que no consigue que la carga emocional que pudiera complementar el proceso de Camille tenga un verdadero peso en la historia, por lo que ese lugar tan desconocido para el público se convierte en algo accesorio y no vital, desgraciadamente.
La segunda, seguir el serpenteante camino de Camille, sí consigue unos resultados más interesantes. Sobre la joven recae todo el peso interpretativo, cuando la cámara no se separa de ella ni un instante. Es quizá su apego maternal uno de los puntos fuertes, puesto que genera esa intención de las ‹coming of age› de conseguir aceptar que en un momento queda atrás la niñez frente a nuevos retos (para bien o para mal), y que aquí se traduce en la necesidad de separar el propio futuro del que tuvo que seguir la madre en su adolescencia, para distinguir un universo propio. Por otra parte está su modo de interactuar con ese nuevo mundo en el que está sumergida. Parece que se intente dosificar la influencia adulta a través de la a veces torpe relación que establece con la trabajadora social del centro, del mismo modo que las fricciones con sus compañeras o las aproximaciones a su pareja puedan reflejar que realmente nos encontramos ante niñas dejando de lado su papel para ser madres o al menos simular serlo, pero en realidad el enfoque queda impregnado por ver a Camille crecer más allá de niños y relaciones, intentando que los lazos que se fortalezcan finalmente sean los del amor propio.
Parece imposible olvidar La maternal, última película de la directora Pilar Palomero, mientras vemos Pequeñas valientes, ahora que parece que las inquietudes argumentales vienen de par en par, pero salvando distancias (que realmente a veces cuesta encontrar), el debut de la francesa intenta encontrar su propia voz, aunque no sea posible empatizar con ella hasta rompernos por la emoción, por faltarle un punto de veracidad.