La impaciencia del corazón —o Kysset (El beso) en su título original—, es la última película del director danés Bille August, que adapta una novela de Stefan Zweig publicada en 1939 y que cuenta la historia de un oficial de caballería que durante su instrucción entabla una relación de amistad con un barón y su hija.
Fue hace ya más de 30 años cuando Bille August irrumpió en el panorama cinematográfico internacional con dos películas, Pelle el conquistador” (1987) y Las mejores intenciones (1992); reconocidas, premiadas y excelentes obras que lo señalaron como poco menos que como el heredero directo de Ingmar Bergman. Dos películas que a mí, personalmente, me fascinaron.
Sin embargo, el talento de August se fue diluyendo, desnaturalizando. Tras ese inicio, empezó a embarcarse en proyectos internacionales, cada vez más rutinarios, que normalmente ha saldado con oficio pero sin genialidad, lo que le ha convertido en un director solvente, versátil, pero sin una singularidad que le distinga de otros artesanos de la dirección.
De ahí que me adentrara en este film sin esperar gran cosa y sin expectativas de que en esta parte final de su carrera el director retornase al nivel de excelencia de sus inicios. Pero una vez vista, para mi sorpresa, me encuentro con un film más que notable, que si no llega a rehabilitar la figura de August como la de un gran autor, sí que demuestra que es un excelente narrador.
A pesar del tono pausado y sin estridencias de la película, sorprende y, en cierta manera, se agradece que la evolución de la trama sea continua, sin tiempos muertos. El film recela del planteamiento y a los cinco minutos ya está metido en el nudo de la historia (eso sí, un nudo muy bien urdido) con una trama que avanza a buen ritmo, que evoluciona con equilibrio y cuyo desenlace sobreviene con brevedad, en unos exquisitos y oníricos instantes finales.
Pulcra, bien rodada, con una excelente factura y buenos diálogos, el film te envuelve desde el sosiego, sin aspavientos. Pero a la vez expone sentimientos profundos, a veces incontenibles, que reclaman una implicación por parte del espectador que se adentra, con los personajes, en situaciones complejas donde la compasión, el amor, el peso del entorno, la mentira y el deseo se adueñan de unos protagonistas con limitaciones, ya sea físicas o morales.
Para representar toda esta amalgama de pasiones y sentimientos que someten a los personajes a una continua elección plagada de dificultades e incertidumbres, tenemos un buen plantel de actores que rayan a gran altura. El primero, su protagonista, un excelente y muy creíble Esben Smed, al que acompañan con solvencia Clara Rosager, Lars Mikkelsen, Rosalinde Mynster y David Dencik, con interpretaciones mesuradas pero llenas de matices.
El film, además de utilizar un soporte de excelencia, como es la novela de Zweig, se encuadra en un contexto histórico apasionante como son los albores de la Primera Guerra Mundial. La última guerra donde la caballería y el honor, cuerpo armado y código inquebrantable, indisociables del protagonista, tuvieron relevancia en un momento histórico que marcó el fin de una época. Es quizás en este ámbito, en el militar y en la situación de guerra inminente, donde se podría haber dotado de una mayor tensión y carga emocional a la historia. Quizás debería haberse acentuado algo más la complicada convivencia entre la peripecia personal del protagonista y su pertenencia a un cuerpo de élite del ejército de la época. Por otro lado, también se podría haber trasladado una mayor sensación de crisis, de convulsión general, ante la inminencia de una terrible guerra, que en esta historia apenas genera comentarios puntuales, apenas un lejano mar de fondo. Se podría decir que la película peca de cierta falta de ambición.
En cualquier caso, y más allá de estos detalles, un drama que deriva en dramón, que me ha encantado e incluso emocionado en su parte final. En mi opinión, Bille August realiza su mejor película en décadas. Una obra bien hecha y un excelente contrapunto frente a la pirotecnia visual y argumental tan habituales en el cine contemporáneo. Una historia de corte clásico, muy bien contada y rodada con oficio, con una impecable puesta en escena y unas interpretaciones a la altura. Una grata sorpresa.