La sesión doble regresa con una de ladrones contemporáneas en dos films a reivindicar: por un lado, la ópera prima de las Wachowski con esa Lazos ardientes protagonizada por Gina Gershon y Jennifer Tilly; y por otro también un debut, en este caso de uno de los Safdie, Joshua, con una cinta independiente ‹mumblecore›, The Pleasure of Being Robbed.
Lazos ardientes (Lilly & Lana Wachowski)
Recurrir a las constantes y estilemas característicos del ‹noir› es algo que no se antoja complejo por el carácter tan marcado de un género que, habiendo dado sus últimos coletazos como tal décadas atrás, continúa tan vigente como si no hubieran pasado los años. No obstante, ello no implica ni mucho menos que trasladar esos rasgos a un escenario o contexto concreto sea fácil, nada más lejos de la realidad reproducir las implicaciones que tuvo es cuanto menos todo un reto.
Con una sola secuencia, esa donde Violet (una magnífica Jennifer Tilly) y Corky (Gina Gershon) cruzan miradas por primera vez, deslizando un juego cuya sexualidad se establece ya en el sinuoso contoneo de Violet andando por el pasillo mientras Corky sigue sosteniendo la mirada, las Wachowski son capaces de constituir las claves de un film que poco más necesita para desprender ese aire ‹noir›: el gesto desafiante de la primera buscando suscitar una reacción en la segunda cuando pasa por su lado, proclama la naturaleza de un personaje que emana las maneras de una ‹femme fatale› a la vieja usanza, hecho que se confirmará con cada movimiento de Violet ante su nueva y casual vecina.
Lazos ardientes pone pronto las cartas sobre la mesa, y poco más necesita para iniciar un vínculo que tiene poco de sutil, ni falta que hace: al fin y al cabo, la forma en cómo colisiona un deseo que prende en apenas segundos, destapa el tarro de las esencias haciendo del debut de las hermanas Wachowski uno de esos títulos que precisamente comprenden en su condición desafiante —como si fuese una extensión de la mirada que Violet le dedica a Corky— las propiedades de un género maleable que no dudan en retorcer a su antojo, siempre preservando un espíritu desde el que comprender su idiosincrasia.
Así, y aunque la relación establecida entre ambas no será más que un modo de otorgar cierta dimensionalidad a ese carácter ‹neo-noir› latente en sus diálogos, dudas que se imponen con normalidad sabiendo el terreno que se pisa e incluso instantes de un erotismo desbordante que bien podría encontrar a De Palma entre sus referentes, Lazos ardientes no descuida los pormenores de un nexo que a la vez que juega sus cartas comprende una naturaleza indómita que es la que parece cargar de razones a sus dos protagonistas.
Pero lejos de los jugueteos y dobleces que acentúan ese vínculo, las Wachowski demuestran conocer el terreno que pisan, tanto desde una labor cromática que se desenvuelve a través de una paleta de colores que evoca las raíces del ‹noir› —especial atención al piso en el que reside Violet con su pareja, un capo mafioso llamado Caesar— como en los cimientos de una narrativa que, además de portar el peso del relato con firmeza, alberga momentos de una brillantez fuera de toda duda, como ese donde Violet y Corky planean el más que presumible golpe desde el que aferrarse a ese último viaje de huida.
Poco más necesita un film tan adictivo como lo parece ser esa relación que brota entre ambas, y sin embargo Lazos ardientes administra a la perfección cada pequeño detalle, ya sea en forma de elipsis espacial para que la violencia se desate desde el desagüe de un inodoro a otro, o de apunte cómico deslizado por un secundario tras la tensión manifestada en una circunstancia difícil de dirimir. Y aunque sus autoras quizá no sean capaces de sostener la excelencia que en ocasiones raya el film, lo cierto es que ante un ejercicio de las dimensiones de esta Lazos ardientes uno no puede más que reivindicar la forma de condensar la esencia de un género siempre añorado que es todo un placer volver a disfrutar en piezas como la que nos ocupa.
Escrito por Rubén Collazos
The Pleasure of Being Robbed (Joshua Safdie)
La fantasía de robar y ser robado. Joshua Safdie se estrenaba en la dirección de largometrajes (aunque su hermano Ben no estuviera muy lejos) con algunos de los principios básicos de lo que se convertiría marca personal de los Safdie en la adorable y tentadora The Pleasure of Being Robbed, una oda a la singularidad de una habitante cualquiera en la inmensa Nueva York, donde el bullicio masivo siempre deja espacio para aquellos que viven al margen.
Para Eléonore cualquier cosa que se encuentre a su alcance es una tentación. No es el impulso de obtener riquezas, es simplemente la necesidad de conocer qué hay detrás de ese objeto cerrado, una exploración por la intimidad y personalidad de absolutos desconocidos que tienen ese algo que ella no ha manejado entre sus manos hasta ahora. Así conocemos a la protagonista de esta historia, a quien seguimos cámara en mano por las calles de la ciudad mientras maneja de un modo inquieto y divertido su día a día, totalmente ajeno a una rutina o una obligación más allá de interactuar con lo que pertenece a los demás. Lejos de tratarse de una película de atracos, esta pequeña ladrona sin capacidad de intimidación ni de sentirse intimidada por su entorno nos permite disfrutar de unos primeros apuntes que marcarían las inquietudes de los hermanos Safdie, teniendo en cuenta que la actriz, Eleonore Hendricks ya forma parte del imaginario de los directores, formando parte de gran parte de sus films.
De imagen sucia, música cómplice y sin necesidad de seguir un ritmo coherente, participamos en la poco planificada vida de una joven neoyorkina que avanza según las circunstancias. Libre de todo compromiso con la acción o el drama característico, nos compenetramos en un espacio independiente, en constante cambio, con personajes diversos que quedan eclipsados con la sencilla presencia de Eléonore, una persona amiga de lo ajeno cuyo espíritu da una vuelta de tuerca a la idea de perdedor que tan bien perfilan los Safdie, llevándonos incluso a la fantasía —ese encuentro en el zoo con lo irreal sin siquiera necesitar recurrir al prolífico uso de las drogas que posteriormente explotarían en Good Time y el parque de atracciones— dentro de los límites de la sociedad actual. El concepto de cleptomanía viene distorsionado por la mera curiosidad, ya que sin explicación alguna, la forma de actuar de su protagonista da un sentido completo al propio título del film, donde ser robado es casi más importante que el mismo acto de robar visto el resultado.
The Pleasure of Being Robbed es una oda a los inadaptados y precursores de la magia callejera, creando emoción en lo improbable, con una historia sugerente y capaz de eclipsar desde su singularidad, sin artefactos ni efectos ajenos al placer de vagar, curiosear y compartir sin conocer ni experimentar el miedo que da el mundo en cualquier momento del día. Solo la ciudad y sus pintorescos personajes sobreviviendo a ella como máxima para resucitar el discurso visual, el que nos convierte en espías de una vida al límite de lo preestablecido.
Escrito por Cristina Ejarque