Empecemos por lo obvio: Besos de vampiro no es una película o al menos, aunque en su momento lo fue, ya no. Ahora mismo es un generador de memes. Una de esas obras que pasan a ser de culto inmediato no por tener unos valores cinematográficos avanzados a su tiempo o, como mínimo, por ofrecer algo fresco y nunca visto. No, es culto como proto generador de lo que sería la idolatría por Nicolas Cage en su versión más desfasada. Besos de vampiro es, en definitiva, la fuente primigenia, el origen de lo que sería el ‹full› “cagismo” cuando este ni tan siquiera existía. Solo por ello es una obra de referencia poco menos que imprescindible.
Si hablamos en términos estrictamente cinematográficos estamos ante una obra ciertamente indigesta. Aunque la idea de su director Robert Bierman, es la de ofrecer una visión de índole lateral al asunto del vampirismo, acaba por sucumbir al propio descontrol de Cage, convirtiendo su film en prácticamente un ‹one man show› que desatiende cualquiera que fuera la intención primigenia. No obstante, y a pesar de tener puntos álgidos (lo que años después serían los memes mencionados) todo acaba siendo confuso, desnortado, prácticamente un delirio en el que no sabemos muy bien a dónde vamos ni qué significa toda la arquitectura argumental al respecto.
Cierto es que algo se adivina en el trasfondo, aunque el problema sigue siendo que tampoco está muy claro si era la intención o todo acaba siendo producto de ese festival de comedia involuntaria (a ratos) mezclada con una negrura un tanto impostada y fuera de tono. Lo que rescatamos, más allá de la intencionalidad o no, es la idea del auto-vampirismo, de la autodestrucción personal a través de la exigencia del éxito profesional y personal en los USA de los 80.
En cierto modo es como un anticipo de lo que posteriormente ofrecería American Psycho. Un retrato sobre las apariencias, las dinámicas de poder y el triunfo a toda costa en el marco de un neoliberalismo desbocado. Si la película de Harron (o la obra de Easton Ellis en la que se basa) nos habla de la psicopatía a través de la posesión material, económica y sexual en un entorno de asepsia física y emocional, Besos de vampiro circula por estos temas a través de la idea de la enfermedad vampírica. Sin embargo, por momentos, más que un tema infeccioso externo, se convierte en una muestra de lupus, de enfermedad autoinmune que de mueve entre el desequilibrio mental y el delirio sexual.
Una idea esta que le da a la película, o debería darle, cierta capacidad de sugestión, ni que sea por esta perspectiva bizarra a la hora de abordar una cuestión que podríamos denominar de cine de crítica social. Pero no nos engañemos, nada de ello sirve para mantener un mínimo punto de interés, sobre todo en la segunda parte de un metraje que se antoja agotado y que sólo funciona auto-devorándose en el intento de epatar de cualquier manera. Besos de vampiro es pues de obligado visionado, pero solo abordándola de forma honesta, como génesis del mito Cage. Más allá de eso, poco menos que la nada más absoluta.