Que Makoto Shinkai dirija su mirada a esos lugares derruidos, abandonados y erosionados por el paso del tiempo, desde pueblos a parques de atracciones e incluso lo que se asemeja a las puertas de un templo, resulta ya toda una declaración de intenciones de su último largometraje hasta la fecha, esta Suzume que nos ocupa; al fin y al cabo, es en ellos donde, pese a su apariencia, se conservan memorias y recuerdos que permanecen atrapados en un momento y un espacio determinados, detalle que el propio cineasta sugiere en el modo en cómo la protagonista, guiada por su acompañante Souta, cierra el segundo portal que encontrarán en su viaje, invocando una memoria perdida, relegada al olvido entre los desolados parajes que irán visitando en su trayecto. Y es que es precisamente esa evocación a la que alude el autor de Your Name ya desde su epílogo en forma de sueño, donde una pequeña Suzume transita los meandros de un pasado cuya marca quedó grabada a fuego en el recuerdo de la protagonista, forjando una circunstancia que será la que el film explore a través del revestimiento fantástico que aportará al relato la aparición de Souta, ese personaje que generará una atracción inmediata en Suzume.
Makoto Shinkai regresa así a uno de los terrenos en que mejor se maneja, el del drama pasado por el tamiz de una fantasía que, sin sentirse accesoria en ningún momento y consiguiendo emerger como motor del film, sí parece en ocasiones condicionada por el curso que toma el propio relato. Ello no es óbice para que Suzume despliegue sus virtudes mediante un trabajo visual que a ratos vuelve a sublimar el universo creado por el nipón —véase, de nuevo, esa secuencia de apertura que destila una belleza fuera de toda duda—, reafirmándose en un imaginario que se siente personal más allá de algún que otro préstamo tomado, y se integra perfectamente en el cine de Shinkai. Suzume se alza, en ese aspecto, con vuelo propio, y lo hace sosteniendo una crónica que dispone perfectamente las piezas y sabe administrar la información, pero que no siempre la provee de los estímulos necesarios, en especial durante ese último tercio cuyo recorrido se siente un tanto baldío, ante todo por el modo de concluir algún arco dramático de lo más circunstancial, así como por la deriva que toma un rumbo cuyo objetivo central parece ser cargar las tintas más que dotar de un cierre oportuno y cohesionado al conjunto.
No obstante, y si bien Suzume deja entrever problemas más que patentes, sobre todo en esa consecución de un fantástico cuyos cimientos se muestran de lo más sólidos, pero incorpora elementos que se antojan un tanto forzados, como si su inclusión en la narración tuviese el objetivo de impulsar el relato más que de aportar una coherencia interna específica, lo cierto es que el film se parapeta suficientemente bien en esa incursión en la ‹road movie› donde el viaje interior se dirime entre las ruinas de un pasado que reconstruir y sanar. En ese aspecto, poco comprensible resulta la injerencia de esa impostada historia de amor que, aún siendo una constante frecuente del cine de Shinkai, contrasta con el que quizá sea su título más sombrío hasta la fecha; un hecho que se percibe fundamentalmente en algunos desvíos visuales y en las incursiones puntuales de una banda sonora más solemne de lo habitual, alimentando una pulsión genérica que Suzume no pierde en ni un solo instante, y que además reafirma las claves de un universo que, aún mostrándose fallido en determinadas fases, cuanto menos muestra una evolución palpable y reafirma al cineasta como uno de esos talentos a seguir incluso en los momentos de mayor debilidad.
Larga vida a la nueva carne.