Capas de representación
En la primera secuencia de El inocente, la nueva película de Louis Garrel, el cineasta francés presenta sutilmente un juego de máscaras interpretativas —filmado en un solo plano— que se extenderá a lo largo de toda la película y del que serán partícipes sus protagonistas: desde Abel (Louis Garrel), un poeta en horas bajas debido al fallecimiento de su mujer; pasando por Michel (Roschdy Zem), un ex-presidiario en libertad condicional que se casa con la madre de Abel; hasta Clémence (Noémie Merlant), la mejor amiga de Abel, frustrada por las sucesivas relaciones fallidas que mantiene con otros hombres. Adultos en crisis que verán sus realidades (y ficciones) entrelazadas en una trama argumental que abraza diferentes registros: comedia romántica, drama familiar y, sorprendentemente, thriller con toques humorísticos y juegos formales a lo De Palma.
El filme no deja de ser un artificio entretenido, por momentos atrevido, que no propone nada especialmente novedoso, pero que crece gracias a una interesante evolución dramática. En este sentido, a medida que la narración avanza, la primera secuencia —en la que Michel interpreta a un criminal sin que el espectador sea consciente de que se trata del ensayo de una obra de teatro— funciona como eco expansivo que redimensiona toda la película. En El inocente, Garrel entiende la realidad como un conjunto de capas de representatividad permeables a través de las cuales siempre termina filtrándose una verdad que otorga una nueva oportunidad para reconciliarse con la “vida”, una eterna representación de la cual todos somos meros intérpretes.
Así pues, las ficciones generadas por los personajes de la propia cinta son el medio para tejer nuevos vínculos entre ellos. Cabe destacar, por encima de todo, el romance entre Abel y Clémence, construido únicamente en escenas donde ellos mismos juegan a reconvertirse, a ser un otro que les permita liberar un diálogo improvisado, conectado emocionalmente con el dolor y el amor que guardan el uno para el otro. Tanto Garrel como Merlant desatan sus enormes virtudes interpretativas en busca de un acto purificador capaz de sanar sus heridas interiores.
La naturaleza de El inocente, a diferencia de la de sus personajes, no se esconde tras el juego de máscaras interpretativas al que remitíamos al inicio de este texto; en esencia, no es más que este juego. Un filme que flexibiliza su puesta en escena —¡el uso de la pantalla partida!— para mutar y abrazar distintos géneros, marcado por las pulsiones incontrolables de unos individuos que, finalmente, al intercambiar sus papeles, desvelarán cuál es verdadero rostro que se esconde bajo sus máscaras.