El cine independiente norteamericano ha ido adquiriendo una serie de vicios y defectos en los últimos tiempos, alejándose de una esencia que quedó condensada especialmente a finales de los años 80 y durante la década de los 90, ya lejos de los primeros pasos dados por su máximo representante hasta la fecha, John Cassavetes, y aunando bajo ese movimiento nombres del calibre de los Jim Jarmusch, Hal Hartley o Steven Soderbergh, entre muchos otros. Ese tránsito, especialmente reflejado en la una relajación discursiva que ha terminado suscitando el desarrollo de una serie de vagos tics narrativos y visuales, ha terminado depreciando la valía de un cine que miraba la sociedad con espíritu crítico y mordaz, transformando lo que se podría considerar un símbolo en poco más que una etiqueta, una moda pasajera.
No obstante, aquello que, especialmente, en la primera década de este nuevo siglo, parecía ser el signo de una muerte anunciada, ha terminado derivando en una disparidad de perspectivas que, volviendo también a esos tics, han dirigido asimismo su mirada en torno a otras formas de expresión más cercanas a lo que supuso el cine independiente en sus momentos más álgidos. Un hecho que, como no podía ser de otro modo, continua condensando el Americana edición tras edición en un certamen donde caben una variedad de prismas, si bien en ocasiones demasiado pendientes de aquello que puede llegar a representar el cine independiente o de lanzar carreras que los grandes estudios están deseando poder catapultar, no pocas veces conscientes de las realidades vividas; un hecho reflejado en esta edición desde un título ineludible como Palm Trees and Power Lines, u otros films como la personal War Pony o la reivindicable Unidentified Objects, que más allá de su deriva genérica, ponía sobre el tapete cuestiones concernientes al modo en cómo la sociedad desdeña ciertos colectivos. También cabe destacar, en este aspecto, obras provenientes del continente americano (pero alejadas de esa etiqueta) como las canadienses Riceboy Sleeps (especialmente en su brillante retrato sobre la inmigración a inicios de los 90) o Something You Said Last Night.
Con ello, el Americana demuestra ser el contexto necesario para unir esas inquietudes con trabajos quizá más pendientes de esa deriva independiente de la que hablábamos, tales como Linoleum o una Bodies, Bodies, Bodies que, sin resultar del todo desdeñable, sigue creyendo en esa mirada autoconsciente, cada vez más popular (algo que se pudo entrever en una de sus sesiones y la entusiasta respuesta del público) y, al fin y al cabo, desgastada.
A colación de estos dos últimos títulos, uno ahondando en la ‹sci-fi›, y el otro haciendo frente al ‹slasher› de nuevo cuño, cabe destacar la apuesta del festival por un cine de género que no siempre tiene el peso suficiente en los certámenes, más pendientes de lo que constituye en sí que de una presunta autoría. En ese sentido, títulos tales como el nuevo thriller en marco ‹sci-fi› de Riley Stearns, Dual, otro thriller protagonizado por Aubrey Plaza, en este caso hablamos de Emily The Criminal, la curiosa comedia de género Jethica, la ya citada (y, repito de nuevo, muy rescatable) Unidentified Objects, donde su responsable, Juan Felipe Zuleta hace maridar a la perfección comedia, drama y ciencia ficción, o incluso una Falcon Lake que colinda con el fantástico más volátil, otorgan una visión siempre interesante y pocas veces valorada entorno al arte cinematográfico.
Esta edición dejó, en definitiva, conclusiones de lo más positivas y enriquecedoras, en tanto el equipo organizador ha sido capaz de extraer aquello que continúa moviendo el cine independiente hacia lo que podía acercarse a ser en esencia, y en especial poniendo sobre el tapete géneros no siempre estimados por este tipo de eventos, además de otorgando al documental la importancia que, como cada vez se sustrae más de sus logros, merece, establecida en piezas de toda índole como La belleza y el dolor, All That Breathes o TikTok, Boom.
Larga vida a la nueva carne.