Carlos Conceição ya mostraba en su segundo largometraje, Um fio de baba escarlate, una predilección por la imagen desarrollada en torno a un cine de género lleno de inquietudes, que llevaba su estilización a un punto donde lo puramente discursivo se integraba a la perfección a un marco donde también cabía ese enigmático simbolismo que se deslizaba poco a poco sobre el film. En ese sentido, Naçao valente sigue los motivos de su predecesora en tanto es capaz de engarzar un estilo en el que, si bien discurre de una forma menos incisiva, glosa de nuevo esa imaginería reflejada en un trabajo visual con no pocas aristas; puesto que, ciertamente, estamos ante una obra que se escurre entre los códigos del drama histórico de marco bélico, pero a su vez recrea con tino esa pulsión genérica expuesta en su anterior trabajo, colindando así en ella un fantástico descrito desde sus fugas al sobrenatural, así como tenues notas de horror concretadas especialmente en algunas de las estampas que dibuja con esmerado acierto el cineasta —y no sólo del horror comprendido como una pulsión, sino de esas escenas que puede llegar a suscitar un marco teñido por la irracionalidad y la barbarie como el que se expone—.
Conceiçao regresa con Naçao valente a la época colonialista que ya exploró (pero desde un aspecto postapocalíptico) en Serpentário, pero en esta ocasión lo hace situándonos un año antes del fin del periodo colonial a manos de Portugal. Con un contexto definido y delimitado desde la ambientación, pero asimismo mediante alguna secuencia que resulta tan o más expresiva que cualquier escenario —algo que ya sucedía en la citada Um fio de baba escarlate—, el film arranca con extrañeza, sosteniéndose a través de una serie de viñetas que irán delineando un recorrido que en ocasiones se siente más preso de sus ideas que cohesionado, como si todo aquello que propone Conceiçao no siempre obtuviera un desarrollo a la altura del talento que parece atesorar el joven cineasta. Y aunque es en esas pequeñas derivas donde Naçao valente pierde parte de la fuerza que se deduce tanto de los cimientos de su propuesta como de las distintas representaciones que se van dando cita, lo cierto es que el cine del angoleño sabe sostener cierto halo de fascinación, de estímulo irreprimible en las constantes de un fantástico dúctil, desarrollado más como elemento disruptivo que como impulsor de una raigambre genérica cada vez más mutante.
Es en ese aspecto donde el film atesora su mayor virtud, desvistiendo cualquier código dramático, haciendo del género una herramienta más que un subtexto y emplazándonos a confrontar un horror terrenal hilvanado en torno a fantasmagorías y la crueldad propia del contexto. Todo esto no reviste, en efecto, ninguna particularidad; o, dicho de otro modo, no es nada novedoso ni mucho menos insólito por acompañado que pueda estar de un determinado sello autoral. No obstante, y en líneas generales, funciona desde la mirada de Conceiçao, ya sea por la capacidad que posee el cineasta de generar lecturas de lo más sugestivas o por la extrañeza que suscitan unas imágenes que, sin necesidad de apelar a la fuerza que sí contenían las de su ópera prima, captan una autenticidad entre lo real y lo onírico que define con poco las claves de un relato no tan firme en su faceta narrativa, aunque siempre apoyado en ese acertado tono entre fabulador y disruptivo. Puede que, en ese sentido, Naçao valente ostente un desequilibrio patente —en especial si se equipara a su anterior trabajo, mucho más conciso y conjuntado—, pero tan cierto es como que extrae conclusiones de lo más certeras sobre un pasado que sigue abierto y que en las estampas compuestas por Conceiçao encuentra uno de tantos caminos desde los que seguir explorando lo inevitable y cuestionándonos una naturaleza que el cineasta no evita, transformando esa particular materia en una de las claves de una obra cuya evolución habrá que seguir teniendo ciertamente en cuenta de aquí en adelante.
Larga vida a la nueva carne.