Para ser honestos, no se puede decir que estemos ante una película especialmente brillante, ni tan siquiera podríamos hablar de uno de los mejores trabajos de su director, Walter Hill. No obstante, sí que consigue captar ciertos tropos propios del cine de principios de los 90. Esencialmente en el uso de una violencia seca adornada con un humor desencantado, cínico. Pero también en el uso de un casting que parece un ‹all-star› de lo que se llevaba en ese momento. Por un lado, Un Bill Paxton y un William Sadler expertos en dar carácter a estos films de espíritu B. Frente a ellos, Hill posiciona a dos de los raperos más populares de la época, Ice-T y Ice Cube.
Sin duda un intento de elevar vía ‹hype› del momento un film destinado a ser una pequeña pieza de género más que un ‹blockbuster› al uso. Cabe decir que el experimento, sin ser fallido, no acaba de funcionar del todo. Ni el carisma de los interpretes ni las líneas de diálogo del guión acaban de ser lo acerados y “molones” que se les suponía a priori. Por otro lado, a pesar de un arranque potente, el film se deshincha paulatinamente en una sucesión de eventos cada vez más enrevesados e inverosímiles.
Pero, a pesar de todo ello, hay algo que no se le puede negar a El tiempo de los intrusos, que no es otra cosa que el sentido del ritmo. Puede que, como decíamos, nada resulte especialmente redondo, ni que la trama ofrecer los resultados esperados, pero todo funciona como un reloj si hablamos de precisión en cuanto a manejo de los tiempos. Hill sabe plantear el conflicto de forma austera, sintética y rápida, y no pierde el tiempo en esbozar a los personajes con los 4 rasgos que necesita para definirlos. A partir de aquí, desencadena una acción trepidante basada en dos ejes: que no haya buenos y malos, sino una indefinición moral que lo sitúe todo en una escala de grises y, que ello se enmarque en un desarrollo frenético en el que no hay respiro ni tiempo para la reflexión.
En este sentido es cierto que estamos ante un film muy entretenido, en el que todo el rato suceden cosas que, de alguna manera, obligan a poner atención. Lo que pasa, y esto funciona con efecto ‹boomerang›, es que tanta falta de concreción por todo acaba por importar relativamente poco. En el fondo nos acaba por dar igual un poco tanto lo que pase como el destino de sus protagonistas. Algo que, ni que sea irónicamente, el propio Hill acaba por entender ofreciéndonos un desenlace que pretende ser trágico, dentro de una lógica, pero que tampoco acaba por ser tan determinista como pretende.
El tiempo de los intrusos es pues una pieza nada memorable dentro del género en general y de la filmografía de Hill en particular. No obstante sigue teniendo suficientes elementos tanto en diversión como en concreción de metraje que la hacen, sino reivindicable en grado sumo, sí disfrutable en momentos que apetezca cierta desconexión mental.