Las vacaciones de Lea parecen trascender entre el vacío en un hogar donde la comunicación se manifiesta infructuosa y la indiferencia del espacio concurrido tanto por sus amistades como por lo improductivo de una relación sexual cuyo cometido no parece ser otro que el de instigar esa exploración incipiente por los impulsos propios de la adolescencia. Algo que Jamie Dack retrata de forma certera en los primeros minutos de Palm Trees and Power Lines en lo que se antoja como una huida de ese lugar que ocupa la protagonista, un hecho que se puede advertir desde los distintos puntos en los que se generará una discrepancia entre ella y sus compañeros, como en esa secuencia del restaurante, donde Lea se negará a abandonar el recinto sin pagar, aunque termine cediendo en última instancia para justo después encontrarse con Tom, quién la defenderá de la agresiva actitud del dueño del establecimiento. Es en ese preciso momento cuando surgirá la posibilidad de explorar una vía que la aparte de un cierto desazón diario, obteniendo una mirada que parece centrar la atención de Lea, incluso ante una evidente brecha generacional que se infiere de alguna de sus conversaciones.
Lea encontrará, pues, en este personaje una suerte de subterfugio desde el que poder alejarse de su propia realidad, estableciendo así una distancia que se irá acrecentando con el tiempo, casi derivando en la constitución de un (nuevo) espacio en el que solo quedará hueco para Tom. Una construcción al fin y al cabo inconsciente, que a Tom no le importará cuestionar de manera indirecta, como en esa ocasión en la que se encuentran a una compañera del grupo de Lea en la playa, cuya invitación rechazará ella misma, posiblemente por la incomodidad que le suscita la diferencia de edad de su acompañante. Ello no impedirá, sin embargo, que esa distancia sea aprovechada por Tom, cada vez más consciente de la realidad de Lea y de sus propios deseos, llegando incluso a penetrar en sus rincones más íntimos sin que nadie sea capaz de ponerle rostro o trazar una mínima descripción del personaje interpretado por Jonathan Tucker. Ello devendrá, a través de la mirada de Dack, en la exposición gradual de una relación cuyas primeras bifurcaciones empezarán a manifestar el carácter posesivo y controlador de Tom, reproduciendo instantes de una incomodidad patente pese a la siempre tímida respuesta de Lea.
Un vínculo que, sin necesidad de explicitarse, funciona en todo momento desde la medida interpretación de sus protagonistas, y es que tanto Lily McInerny, que ofrece un reflejo de su particular universo en cada interacción y diálogo, como el citado Tucker, cuya gestualidad desgrana las intenciones del personaje, otorgan la dimensionalidad adecuada a cada pequeña arista con la que definir esa correspondencia entre ambos. En ese sentido, el libreto sabe otorgar la progresión adecuada a un carácter, el de Tom, que se hace paulatinamente con el control de la situación, llevándola a su terreno y logrando anular a ratos la voluntad de Lea. Ese condicionamiento, a fin de cuentas espoleado por la frustración que se parece deducir de su entorno así como por una exploración que terminará derivando en irreal idealización, es el que acaba llevando Palm Trees and Power Lines a un nuevo estrato, convenientemente preparado por cada palabra y cada gesto de Tom, del que se sustrae una aspereza casi irrespirable, y donde tanto las decisiones formales que toma Jamie Dack como la sumisión que él arroja sobre la protagonista devienen la clave de que del relato se apodere una crudeza palpable a partir entonces.
Es entonces cuando el film termina descubriendo su condición de artefacto tan incómodo como desasosegante sin necesidad de devenir lo explícito que podrían ser las situaciones retratadas (no, por lo menos, en el modo en cómo lo muestra la cineasta). Y aunque si bien es cierto que se le puede achacar la extensión de una secuencia que corre el riesgo de virar en torno a lo morboso de la tesitura, lo cierto es que no deja de ser una contundente glosa de ese abismo terrenal sobre el que terminará posándose la mirada de Dack. No obstante, la debutante no pierde ni por un segundo la perspectiva de una crónica cuyo único cometido no es ni mucho menos plasmar una desazón palpable: ello se deduce de esos minutos posteriores cuando la indefensión se apodera de un periplo que ya no volverá a ser igual a partir de entonces, suscitando una angustia que Dack es capaz de transformar en un horror tan puro como visceral que trasciende de la propia pantalla. Palm Trees and Power Lines deviene, tanto a través de sus distintos mecanismos como de un incisivo relato, una de las películas más terroríficas de los últimos tiempos, que no sólo describe un trayecto crudo, turbador y, por momentos, prácticamente insoportable, sino que además arroja una conclusión que, de tan certera, se transforma en un auténtico puñetazo en el estómago del que no resulta fácil reponerse, pero sí imperioso recibir. Ni que sea por una única (y quien sabe si última) vez.
Larga vida a la nueva carne.
Muy interesante la primer parte del filme dónde se plasman todas las condiciones que hacen vulnerable a Leah, mientras, al mismo tiempo, ella experimenta una relación muy intensa que la saca del letargo y la angustia en la que se encuentra.
Personalmente me hubiese gustado que la película no tomara el rumbo «siniestro» que toma. Creo que hubiese posibilitado otras preguntas…..No obstante ello, coincido con la crítica en que es magistral cómo se va construyendo ese «cerco» en el cual la propia voluntad es anulada. Y el final es terrorífico….
Por último, si bien me gustó la película, también comparto en que «esa» escena cuestionada, tiene una duración excesiva que roza lo abyecto….