Si una mirada podía resultar interesante ante un concepto que ha adquirido cada vez mayor urgencia en nuestra sociedad como el del ‹bullying›, esa era sin lugar a dudas la de Jacques Doillon. Cineasta habituado a retratar el mundo adolescente desde perspectivas que huían del yugo de la ‹coming of age› más convencional, ofreciendo atajos y atributos que miraban esa etapa en concreto con una madurez muy característica, el galo vuelve con CE2 a un período que ha sido parte esencial de su obra, pero había ido perdiendo peso en pos de otras temáticas subyacentes y no menos sugerentes.
El nuevo trabajo del autor de La mujer que llora realiza, desde sus primeros minutos, un esfuerzo por dotar de un contexto específico al relato: y es que es, precisamente, la adecuación de un elemento primordial como ese, es el que permite a Doillon ofrecer una visión pormenorizada de la materia en cuestión. Del germen, a su puesta en escena o variantes (llevándolo incluso a un terreno comúnmente explorado por el francés, el de la sexualidad), llegando al choque con lo administrativo/burocrático en la denuncia de ciertas prácticas, CE2 plantea un reflejo que, si bien durante su inicio y por momentos, puede parecer un tanto naíf, va cobrando nuevos matices que sirven para otorgar forma a una discursiva poliédrica que no solo se amplifica a través de lo familiar, también de esa óptica tan primaria como carente de prejuicios que arroja Doillon: y es que para el cineasta, más allá de cómo se replican y mimetizan esos comportamientos y dinámicas que son recreadas por algunos de los personajes, y que incluso tras ser reprendidas por una figura paterna, se siguen reproduciendo en la conducta adulta desde un prisma distinto, el ‹bullying› no parece tener un inicio o un fin, perpetuándose en una serie de ámbitos que otorgan una gravedad añadida a la situación. Doillon, sin embargo, huye de cualquier atisbo de solemnidad, mostrando las formas en que puede derivar ese mal enraizado ya desde lo institucional, y deviniendo de ese modo un retratista cuya función no es emitir juicios, sino exponer sus particularidades.
En CE2 predomina, ante todo, esa mirada a ratos naturalista que dota Doillon a su trabajo, siendo el reflejo perfecto desde el que trasladar ciertos comportamientos que se normalizan no porque deban estarlo, sino por la manifestación tan usual que se produce en no pocos ámbitos de la sociedad. En ese sentido, el realizador establece un vínculo con sus personajes que va más allá de la relación de dominancia instaurada, al fin y al cabo, por una serie de condicionantes que no se desprenden únicamente de las propias actitudes de cada individuo; Doillon comprende a la perfección las dobleces de un tema superior a lo conductual, huyendo así de una unidimensionalidad que bien podría desmantelar las posibilidades de una propuesta que se aleja en todo momento del maniqueísmo, siendo consciente de que las raíces de esa problemática resultan mucho más profundas de lo que se puede percibir en más de una ocasión. Es por ello que quizá sorprenda la extraña ternura que desprende CE2 bien avanzado su relato, pero a sumas cuentas no deja de ser consecuencia del retrato realizado por un cineasta que comprende con una sencillez inaudita una correspondencia, la que se da entre sus distintos personajes, indispensable para poder hacer frente a asuntos de la gravedad del que nos ocupa, y no sólo eso, además dotar de los matices adecuados a cada uno de los puntos a tratar.
Larga vida a la nueva carne.