Love, Deutschmarks and Death no es, al contrario que el documental precedente de Cem Kaya Remake, Remix, Rip-off, un producto que apunte al jolgorio, a la fiesta o como mínimo a saborear un producto cuando menos jugoso en cuanto a temática. Y eso que, de entrada, podría parecer que sigue el mismo sendero, pero por lo que respecta a la producción de música independiente por parte de los emigrantes turcos en Alemania.
Aunque quizás llamar independiente a estos productos sería generoso. Cierto es que en el sentido estricto de la palabra, sí lo eran en cuanto no dependían de la gran industria. Pero quizás vendrían a ser productos de derribo, autofinanciados, pero que servían como aquello que las clases populares, y más aún los emigrantes fuera de contexto en país extranjero, demandaban. Es decir música batallera, en cuanto a pobreza de medios, pero que venía a cubrir una necesidad tan “necesaria”, valga la redundancia, como la de comer.
Y es que la añoranza, la nostalgia y la tristeza pueden encontrar en la música una cura tan efectiva como cualquier medicina. Un fenómeno pues, el de estas cintas en apariencia minoritarias, que acabaría por ser un éxito de masas incontestable. El film de Kaya muestra la evolución de estos productos musicales desde la década de los 60 hasta la actualidad, señalando los cambios en los modos de producción, en el impacto social, primero ceñido a su público objetivo, es decir la población turca emigrada a Alemania para trabajar, hasta llegar a una transversalidad actual donde su impacto se extiende por todas las capas poblaciones sea cual sea su origen.
Justo al respecto de esta evolución es donde Love, Deutschmarks and Marks deja, aunque siempre relacionándolo, el foco musical un tanto de lado para centrarse en el núcleo de la cuestión, en el corazón del motivo que explica el fenómeno, que no es otro que las duras condiciones de la población turca en Alemania. Desde el fenómeno llamada, pasando por las vicisitudes cotidianas, hasta la explotación laboral o el racismo que se vivió contra ellos, todo se muestra como una colección de memorias, de anécdotas, algunas más divertidas, otras más tristes, pero contadas en su conjunto con sensibilidad, con un punto de humor, como un ejercicio documental pero también de la memoria de los participantes. Esto acaba por construir un mundo paralelo que muchas veces no vemos, una especie de sociedad dentro de la sociedad que también requiere de sus fenómenos, de referentes propios.
No se trata tanto de describir un proceso de no integración, sino de una reacción a un cuerpo ajeno que no los asimila, que los rechaza y que por tanto necesitan de su cultura propia como forma casi de resistencia. En este sentido este documental no solo funciona como reflejo de un proceso histórico, sino como reivindicación de algo que casi podríamos considerar ‹underground› o casposo (si se usa el término peyorativo), pero que fue significativo como asidero sentimental. Un retrato que es tan divertido como duro en ciertos aspectos de lo mostrado, pero que sabe captar un ambiente, una época y pone la música popular en el lugar merecido que le corresponde.