El cine italiano de la década de los años 40 se caracterizaba, principalmente, por dos corrientes artísticas: la de “teléfonos blancos”, a la que pertenecía ese grupo de comedias conservadoras con mucha influencia americana; y el “caligrafismo”, caracterizado por su formalidad estética y la complejidad de la trama al tener como fundamento las adaptaciones literarias.
El director Mario Soldati pertenecía a esta segunda vertiente. Se hizo conocer por llevar al cine los escritos de Antonio Fogazzaro, pero su mayor reto llegó en 1946 cuando dirigió una película basada en la novela de Honoré de Balzac: Eugenia Grandet.
La obra de Balzac ha sido adaptada al cine en algunas ocasiones y no ha sido tarea fácil, porque para resumir y describir, en imagen y diálogos, su estilo realista se requiere de mucho talento. Una de sus particularidades fue la exhaustiva descripción de los personajes. Era, a través de ellos, como realizaba una fina crítica al comportamiento cultural o social de la Francia de las primeras décadas del siglo XIX.
Soldati no solo que logra una casi fiel adaptación de la novela del escritor francés y de su espíritu cuestionador, sino que, además, la impregna de esa original cualidad cinematográfica italiana de armonizar el humor y el drama, sea para estructurar la personalidad de los intérpretes o para la construcción de los relatos y mensajes.
Es así cómo, a través de ese gran actor que fue Gualtiero Tumiati, que en esta película representa al padre de Eugenia, Félix Grandet, se simbolizan la codicia, el fanatismo sin límites por lo material y la mezquindad. Son notables las escenas cuando el instante en que él le regala a su hija una diferente moneda de gran valor, en cada día de su cumpleaños, su rostro se impregna de unas locas ansias por revisar y tocar toda la colección metálica porque sigue considerando esa riqueza como propia, por más que, supuestamente, ya no le pertenezca.
Por su parte, Eugenia, interpretada por la gran y popular actriz Alida Valli, es la antítesis de la avaricia de Félix. Demuestra bondad y un desprendimiento extremo que la hace capaz de regalar toda su fortuna a cambio de una ilusión romántica amor o, para ser más directos, del amor encarnado en su primo, Charles Grandet.
Charles es otro de los personajes icónicos de la novela y de la película. Deja al descubierto cómo un ser puede evolucionar de la humildad a la codicia. Es un joven que ha quedado huérfano, sin dinero y con las deudas de su padre. Decide ir a la India, con el apoyo de Eugenia, para intentar progresar. Pasan los años, y lo logra, pero él ya no es el mismo. Su ambición por trepar socialmente lo ha convertido en un cínico.
El impacto de Eugenia Grandet no solo radica en las interpretaciones. Se aprecia una magnífica dirección escénica; su decorado permite ambientar las costumbres y modo de vida de la época en que se desarrolla la historia. La partitura musical está acorde con todo.
Con cierto tino conservador, Soldati estructura las partes finales de la producción cinematográfica descartando elementos que, por más que sean parte de la novela original, podrían ir en contra de la censura o de las percepciones culturales italianas de la época. Para ello, recurre a determinados semblantes o diálogos de Eugenia y al simbolismo de cosas materiales, para que el espectador sea quien pueda deducir el trasfondo de una decisión tomada o de un comportamiento asumido.
La pasión está también en el cine.