Anas, un ex-rapero, asume la tarea de enseñar sobre la cultura del hip hop a jóvenes en un centro cultural del barrio periférico Sidi Mounem en Casablanca. Su intención inicialmente choca con la confusión de unos alumnos que no están acostumbrados a reaccionar ni a tener un altavoz para denunciar las injusticias que les rodean, y que ven cómo la creencia firme de su profesor en la música como arma política azuza un espíritu en ellos que estaba dormido.
Dilo alto y fuerte es ya el octavo largometraje de Nabil Ayouch. El director francés de origen marroquí ha labrado una carrera principalmente centrada en la mirada a la sociedad de su país de ascendencia y a exponer y denunciar sus injusticias y deficiencias. Esta nueva película no podía ser una excepción. Inspirada en la experiencia real del centro cultural promovido por Ayouch en Sidi Mounem, su historia adopta una premisa bastante estereotípica en el cine de mensaje social, la del mentor que inspira a alumnos encendiendo su mecha contestataria.
El problema es que, con todo lo hermoso y aleccionador que se puede sacar de la mera existencia de una obra como ésta, y ya no solamente de ella, sino de su propia razón de ser, el resultado sencillamente no llega. No dudo de que Ayouch conoce a fondo la realidad social de Marruecos, la propia historia real que inspira a ésta debería demostrarlo, pero viendo esta cinta no lo parece. Porque todo lo que cuenta se siente a medio gas, acartonado, tan ahogado por las convenciones narrativas más obvias que no tiene espacio para respirar con naturalidad. El propio personaje de Anas es bastante poco convincente y su relación con los alumnos quiere evocar las sensaciones de complicidad de este tipo de historias sin una construcción narrativa, emocional o siquiera interpretativa adecuada. Pero es que del lado de los alumnos tampoco se salva demasiado el conjunto, porque si bien sus actuaciones son más vivas, no pueden imponerse a la rigidez del guión. Los raps, más que letras agresivas que reflejan furia y espontaneidad, están tan coreografiados que sonrojan cuando pretenden dar la sensación contraria. Los personajes discuten y sus debates parecen frases leídas en un ‹teleprompter› más que charlas reales que tendrían adolescentes sobre las cosas que viven en su día a día.
Y todo esto al final deja una sensación que para mí es impropia de lo que debería ser capaz de transmitir un director con el suficiente empaque y experiencia sobre el terreno. Es absurdo y triste que la que es probablemente su obra más personal mute debido a sus carencias en un producto tan para la galería, de espíritu tan conciliador con la comodidad ideológica del espectador. Que pretenda reflejar los problemas reales de los jóvenes en un barrio que conoce bien y el resultado sea una ficción en la que no parece que sean ellos mismos los que están hablando, sino líneas recitadas desde fuera. Dilo alto y fuerte para mí falla como película en el elemento fundamental que es elaborar una conexión orgánica con sus personajes y con su contexto.
De ella se pueden destacar a nivel discursivo, no tanto de ejecución por lo mencionado, elementos bastante interesantes, porque desde luego su problema no es no conocer la realidad, es no saber transmitirla. Ayouch presenta ideas muy lúcidas acerca de la hipocresía de la sociedad marroquí, poniendo especial énfasis en lo restrictivo y enquistado de los espacios familiares tradicionales y en su cristalización en un machismo transversal a todos los aspectos de dicha sociedad y que incluso se puede percibir en el ambiente más libre de la clase. Asimismo, en un momento dado de gran lucidez, logra confrontar el encendido discurso de Anas sobre la música como instrumento político con la dificultad de conectar con la realidad material de sus alumnos, en la que la pobreza y la desigualdad no se conceptualizan sino que se viven en el día a día.
Eso último podría haber dado una gran historia, generando un flujo de empatía a dos bandas en el que Anas logra inspirar en sus alumnos un espíritu de reivindicación social y política haciéndoles entender que en ella pueden expresarse con fuerza y liberarse de todo lo que les ata, al tiempo que él mismo aprende que no puede enseñar sin comprender a qué se están enfrentando los estudiantes. Pero lo segundo ni está ni se le espera, y lo primero se cuenta de manera tan errática que al final se acepta más por ajustarse a las estructuras narrativas conocidas que porque la película lo logre transmitir de verdad en algún punto. Así que lo que queda en Dilo alto y fuerte es poco más que una bonita intención, que no es suficiente para quitarse de en medio la sensación de desconexión emocional, inexplicable dada su inspiración, con lo que narra.