El animador francés René Laloux no tuvo una carrera muy prolífica como cineasta, pero sus obras le han consagrado como figura esencial del medio, y en particular sus tres incursiones en el formato largo han alcanzado categoría de culto, muy en particular El planeta salvaje que se ha convertido en la cinta más aplaudida del director. En mi caso, y no sin desmerecer a las otras dos pero sí con una preferencia bastante clara, me quedo con el que sería su tercer y último largometraje.
Gandahar, los años luz regresa al terreno de la ciencia ficción filosófica y especulativa marca de la casa de Laloux, al hablar de Gandahar, una civilización próspera y feliz en su utopía naturalista que está a punto de desaparecer bajo la amenaza de unos autómatas metálicos sin sentimientos y un único propósito: destruirles. O eso es lo que parece en un primer momento, porque dichos robots parecen recibir órdenes de un ente superior. Para averiguar qué o quién se encuentra detrás de esta amenaza, el sirviente Sylvain acude al terreno a investigar y averigua que detrás de todo está el monstruo Metamorphe, un cerebro gigante abandonado mucho tiempo atrás por Gandahar, y que tiene una extraña conexión con lo que está sucediendo. En su camino Sylvain conocerá a su amada, comprenderá la trastienda oscura de su propia civilización y deberá conectar el pasado, el presente y el futuro para resolver el entuerto.
Esta película parte por tanto de un camino del héroe bastante convencional, en el que Sylvain busca salvar a los suyos y emprende una aventura de aprendizaje, pero termina transformándose en un compendio de ideas y comentarios sobre la organización política y social de la humanidad. En ella se puede hablar, por ejemplo, de la tecnología como herramienta de opresión y deshumanización, o de una referencia poco disimulada al fascismo en los métodos y la justificación moral que Metamorphe imbuye en sus soldados robot (ellos hablan de «exterminar esa civilización pecaminosa»), aunque sus verdaderos propósitos sean otros. Pero también en el bando de Gandahar cuecen habas, y la casi utopía en la que viven sus habitantes está construida sobre la opresión de aquellos a quienes consideran, sistemáticamente como sociedad, seres inferiores y no merecedores de sus privilegios. Es todavía más turbio en este segundo caso, porque descubrimos a lo largo de la cinta que su burbuja fue creada a través de prácticas eugenésicas y todos aquellos que sufrieron las consecuencias fueron expulsados y abandonados.
Con este panorama el apoyo a la causa de Sylvain se torna mucho más conflictivo. Los héroes y los villanos que propone la cinta luchan por sus propios privilegios, y en el fondo no hay nada de noble en ellos. En contraste, los habitantes abandonados y vilipendiados observan la guerra y pelean sin convicción, sabiendo en el fondo que unos y otros les van a terminar condenando al mismo pozo. En este punto la narración podría haber optado por dirigir nuestras simpatías hacia estos personajes, o al menos reflejar un cambio de actitud consistente en el protagonista. Lo terrible y audaz de la obra es que no lo hace del todo: Sylvain se hace amigo de ellos y les entiende pero no cambia ni reflexiona sobre su propósito, ni tampoco se le ve dispuesto a modificar los males sistémicos de la sociedad elitista que abandera. Es un héroe, pero para los suyos, y sólo accidentalmente podría beneficiar a otros.
Gandahar, los años luz comienza presentando a un pueblo idílico que ha alcanzado una paz duradera, y termina ofreciendo un compendio de lo más execrable de la humanidad. Y todo ello se logra no cambiando el foco, ni señalándolo como un enemigo a batir, sino entendiéndolo como parte ineludible de la misma y razón de ser de su progreso. Es, en realidad, una ficción tan pesimista y desoladora como lo eran sus dos largometrajes anteriores, y el continuo moral y emocional en el que presenta estampas tan hermosas y conceptos tan perturbadores es una clara muestra de ello. Para Laloux la civilización está construida con herramientas de opresión y odio, haciendo muy difícil liberarse de esos males enquistados en ella.
Más allá de su rica y fascinante temática, y cuyo tratamiento en mi opinión la eleva por encima de las igualmente oscuras pero conceptualmente menos retorcidas obras anteriores, la película es otra muestra del asombroso despliegue visual y del estilo artístico inconfundible de las obras de Laloux. Sus colaboraciones con ilustradores con tanto talento para la imaginación surrealista y apocalíptica como Moebius o, en este caso, Philippe Caza, generan mundos ficticios fascinantes, llenos de formas extrañas y grotescas, con una fauna y flora propias y entidades alienígenas memorables. El coloreado y el estilo de dibujo, que sin duda evocan las ilustraciones gráficas de estos autores, contribuyen asimismo a la fuerte identidad estética de sus obras. Todo ello está presente aquí, y sumado a la audacia y a las múltiples lecturas de su narrativa, hacen de Gandahar una cita imprescindible en la animación europea del siglo pasado.
¡Excelente! Expresa todo lo que pienso sobre esa película. También es mi favorita de Rene Laloux.