La novela, el contexto histórico, la película basada en todo ello. Santiago Fillol apunta con su cámara directamente al rodaje cinematográfico en un estado autoconsciente de su evolución, su entorno y el peso del paso del tiempo sobre un mismo trabajo, como si esa escena en la que nos obliga a mirar una lámpara de araña existiese para pensar en su película como la luz que penetra en cada una de las facetas de cristal tallado que conforman el objeto: muchos reflejos, incidencias y destellos en incontables direcciones que surgen de un único haz luminoso.
Matadero es una constante obsesión con el tiempo y su significado. Partimos de un presente en el que pesa la resolución de la historia que todavía debemos conocer, donde convivimos con personas que no son capaces de mirar fijamente a la pantalla, y que tan bien casan con el extracto que inicia el film, una frase rescatada del Matadero de Esteban Echeverría, objetivo inicial de toda la película. Aunque intuimos en este presente a la protagonista, su voz en off nos traslada a 1974 trazando una especie de cuaderno de bitácora de un rodaje del que conocemos un destino oscuro, sintiéndonos invitados a desgranarlo.
Es inteligente esta visión parcial de la historia que nos habla de una inocencia perdida a través de las ansias impúdicas de la joven por descubrir la cinefilia más pura. Fillol homenajea desde una mirada crítica la pasión y la obsesión de un realizador que decide pasar por alto el contexto siempre y cuando su objeto de culto obtenga la forma deseada. Para ello el año 1974 es clave, asumiendo la opresión política del país, la militancia peronista de los jóvenes actores, y a su vez reproduciendo el rodaje de una película sobre la lucha de clases a principios del siglo XIX. Todo ello, al ser enfocado con el objetivo de la cámara obtiene una disposición que se retroalimenta y poco a poco va tomando un camino uniforme y terrorífico que lleva todos estos retazos a un mismo ocaso.
Aunque hay una gran concienciación de clase, teniendo en cuenta que es una rebelión de trabajadores contra patrones lo que se relata en la película —la Matadero que se rueda—, no se puede pasar por alto esas dinámicas diferenciadoras que se reproducen durante la convivencia: actores profesionales y amateurs, empleados y jefes, director y ayudante, hombres y mujeres. Para todos hay un pequeño alto donde no poder discernir entre lo que se expone verbalmente y lo que se sugiere por los actos. Pero Matadero superpone algo crucial a ese relato que conecta con lo escrito por Echeverría, porque no estamos ante una adaptación ‹per se› de su palabras, pero sí se plantea en todo momento la posibilidad de llevar a cabo esa violencia escrita a las imágenes. El director que interpreta Julio Perillán está obsesionado con la sangre, los golpes, las vejaciones; su ayudante e interlocutora con el espectador, Malena Villa, lo está con mimetizar su mirada con la del director para extrapolar ideas en imágenes a través de la cámara. Estos dos puntos de vista rivalizan a la hora de narrar la película por medio de Fillol, pues esa violencia que Perillán insiste en no querer simular fuera de cámara, querer realidad palpable en la pantalla, sí queda desmembrada en lo que vemos, no es literal y aún así se puede sentir igualmente oscura al ser reflejo de la repetición, la revisión o por dejarnos lejos, pero no lo suficiente, de aquello que sufren los demás.
Así que nos enfrentamos a la delicadeza con la que la protagonista asume su trabajo y a la obsesiva degradación del rodaje en manos de su director, disfrutando de un interludio donde la creación es tan importante como el entorno, donde observar el rodaje de una escena nos es suficiente para recrear mentalmente su resultado, consiguiendo que esa pregunta elevada sobre si la hermandad de la imagen y la palabra puede existir, obtenga aquí una respuesta abierta a todo tipo de interpretaciones.
Matadero es ambiciosa e inabarcable, es una constante lucha que deja muchas puertas abiertas sin por ello desmerecer el hilo principal que va tomando forma. Sabe bombardearnos y a la vez ser sutil suavizando el tono con imágenes que se recrean con el entorno, aunque tal vez sea difícil elegir si es el cine o la lucha social lo que deja más poso en la película, aunque sí es un relato fiel al discurso imágenes, esas que en grande siempre tienen un significado comprometido únicamente con quien las recibe.