La figura de Papá Noel es una de esas que, si bien se pueden prestar en alguna ocasión a la ambigüedad, no suelen gozar de grises en el terreno cinematográfico: así, desde el cine familiar al ‹slasher› se ha constituido una imagen concretada usualmente a través del género en que se ancla. Es por ello que quizá sea cada vez más difícil disociar el personaje de una naturaleza macabra y oscura que se le ha ido atribuyendo si al cine de terror nos ceñimos ya desde piezas embrionarias como Feliz nochebuena de David Alexander Hess o la reivindicable Navidades infernales de Lewis Jackson, ambas acuñadas a principios de la década de los 80. Un carácter que, lejos de adquirir matices distintos con la llegada de nuevas miradas, se continúa proyectando incluso cuando Papá Noel no es transformado en el villano de la función, como en el caso de esa Noche de paz que llega estos días a salas de la mano de Tommy Wirkola.
Esa estampa, la del personaje cometiendo fechorías en favor de una buena causa, ya tomaba forma a principios de siglo, cuando en 2006, Carles Torrens, uno de los grandes talentos del cine patrio que, desafortunadamente, no ha llegado a explotar por completo la capacidad de su cine en el terreno del largometraje —sí en el del corto con la pieza que nos ocupa o la magnífica Secuencia, cuya posibilidad de ver completa en Vimeo no debería desperdiciar ningún amante al cine de género—, trazaba la silueta de un Papá Noel macarra e irreverente en Coming To Town. No obstante, y partiendo de esa idea que se concreta al dotar de dispar revestimiento a un personaje popular, expande sus miras en un universo que, caracterizado por un humor tan negro como pasado de rosca, sabe sacar jugo a su propia creación. De hecho, y sin realizar una búsqueda premeditadamente social debido a esa perspectiva instaurada en lo genérico, la premisa bien podría retrotraernos al germen de uno de los films de la temporada, la Cerdita de Carlota Pereda, que en su cortometraje homónimo dispone una estructura (aunque emplazada en la realidad y con final abierto) semejante a la de esta Coming to Town, donde una muchacha acosada en su centro escolar, decidirá recurrir a Papá Noel para cobrarse su venganza ante la impasibilidad de una autoridad a la que Torrens también hace partícipe y, en consecuencia, cómplice de la situación vivida por la protagonista.
Está claro, sin embargo, que lo importante para Carles Torrens radica en cómo el género dialoga con un universo ya distintivo de por sí, implementando ese particular sentido del humor y redefiniendo los límites del mismo, e incluso llegando a corromper el sentido de lo navideño, acuñando un nuevo significado que cobra sentido ante el prisma de ese tronado Papá Noel.
No todo queda delimitado, no obstante, desde su distintiva comicidad, y es que el autor de Emergo convierte prácticamente cada escenario —excepto aquellos empleados para destensar la acción o presentar algún contraste, como con la aparición del hermano del protagonista— en una distorsión que se afianza en el género aprovechando especialmente la iluminación y la configuración del plano para dotar de una enrarecida atmósfera al corto. Dentro de sus perversiones y de esa extravagante mirada, Coming to Town emerge como espejo deformante no sólo de la figura sobre la que cimentar los valores de esa etapa particular del año, asimismo de un espíritu que transforma sus deseos en inmoralidad y vicio, mutando su esencia a un marco en el que la ayuda al prójimo tan pregonada en esas fechas, claro, tiene unas connotaciones distintas como perniciosas.
Larga vida a la nueva carne.