Es tiempo de precariedad laboral, de recesión o inflación, de vivir constantemente con la angustia de los contratos temporales, esos que no sabes si van a renovar o simplemente decir adiós en el nuevo trimestre; en estos días se cuece ese malestar solitario, esa fragilidad íntima de aquel que recorre las calles como si fuese una de las hojas que se lleva la lluvia, siempre dependiente de la corriente, afrontando un mañana imprevisible. Esa es la realidad de los cordobeses que protagonizan esta colección de fragmentos que se rozan de manera delicada interconectando tramas casi por accidente, pero sin que ningún núcleo se solidifique, siguiendo así los vínculos y la vida siempre frágil.
Al principio una chica trabaja como recolectora de basura, los planos se toman su tiempo en dejar que el trabajo no sea solo contexto, sino que se sienta como un obrar auténtico y de la misma forma van marcando la pauta de lo que será el resto de la película; pues esta es una película meditada, lenta en su andar, silenciosa como las calles ajenas que acompañan a los protagonistas en su tránsito errante. Sin embargo, esta no es una historia triste, los momentos que experimentan cada uno de los cuatro personajes protagónicos están llenos de calidez, de un sentimiento de resignación o supervivencia, no dramático o melancólico, porque una ciudad en la que cada día es más arduo subsistir puede ser la imagen que nos brinda Bela Tarr en Armonías de Werckmeister, donde la decadencia está succionando poco a poco el ánimo vital de su región. Pero en este caso no, la vitalidad de los personajes subsiste en lo accidental de su andar cotidiano, en cómo compenetran su presente con instantes de otros presentes cercanos; quizás el más evidente es el personaje de la enfermera, el cual está tomando clases de actuación y dedica parte de su tiempo a repetir las consignas que escucha de transeúntes o personajes aledaños haciendo de sus historias o instantes un hábito propio.
Y no se puede dejar de lado la referencia a Juan José Saer, señalada de entrada en el titulo y presente en la forma de la obra ya que al igual que las novelas más cotidianas del escritor argentino como El limonero real o Las nubes, el tiempo pasa en detalle, en una constante reconstrucción del espacio, de la riqueza armónica de los lugares. Así, la maravillosa fotografía en blanco y negro nos transporta una ciudad de Córdoba donde el frio de la lluvia está siempre presente en las calles, reflejo de los sueños y de un halito gélido pero confortable.
Es un filme que no busca llegar a ningún sitio, solo pasa, como las nubes en el cielo que vagan sin rumbo sobre nuestras cabezas. Los protagonistas lidian con su vida sin conclusiones, algo que quizás puede afectar de forma negativa a la experiencia de algún espectador que espere un desarrollo más concreto o una crítica más certera a la crisis laboral contemporánea. De hecho, se podría decir que la película de cierta forma evade el tema laboral, porque si bien en algunas escenas este se detalla, las mismas no son tan relevantes o desarrolladas como los instantes de esparcimiento de los protagonistas. De esta manera, Sobre las nubes se alza más como film de convivencia con la crisis que de confrontación; una historia para naufragar más que para encontrar puerto. Habría que entrar en mayor detalle para analizar si esto es un gran defecto o solo otra manera de afrontar tiempos extraños. Por todo lo demás, el trabajo de María Aparicio es un interesante retrato de un momento histórico que nos mantiene vulnerables y a la expectativa de que rumbo retoma el mundo.