Dominik Moll presentó este año su nuevo trabajo, La noche del 12 (La nuit du 12, 2022), un thriller que se sumerge en la labor procedimental de la policía judicial ante el prototípico caso de homicidio de difícil resolución. Para la confección del guion, que el propio cineasta alemán compone junto a su guionista habitual, el francés Gilles Marchand, se ha tomado como referencia un caso real de un crimen sin resolver, en el que una joven fue cruelmente asesinada; un crimen que a día de hoy no ha visto a su culpable detenido, al igual que ocurre con muchos otros que casos que ocupan los archivos policiales. El trasvase a la ficción nos presenta en primera instancia el asesinato de Clara, quemada viva por un extraño en una fría madrugada en una calle no muy lejos de su residencia habitual. La consecuente investigación, proyectada en la ficción como esqueleto argumental , fija su objetivo en una pareja de agentes de la brigada encargada de resolver el caso que, como suele ocurrir en este tipo de historias, acaban viéndose envueltos en suceso de una manera obsesiva; además de ello, La noche del 12 se toma tiempo para confeccionar el trasfondo de cada uno de ellos; Yohan, de presencia pétrea, estoica y cariz solitario, dedica su escaso tiempo libre a dar vueltas con su bicicleta en un velódromo; por otra parte, Marceau, su inseparable compañero, vive los últimos momentos de un matrimonio que está a punto de extinguirse.
Moll toma como base el thriller policial para sumergirse a través de las bifurcaciones que una trama de estas características pudiera proponer; por ello, ofrece una inmersión detallista del procedimiento policial en este tipo de crímenes, aunando ciertos estereotipos de un enclave policial coloquial. De manera resolutiva se mantienen en la ficción unas diatribas y conductas de investigación expuestas con cierto detalle, elementos en los que el thriller al uso suele volcar una visión mucho más superficial. La fotografía oscura y cercada de los interiores de las dependencias policiales ayuda a establecer un enclave escénico muy atractivo dada la tonalidad de la historia, mostrando las maneras con las que Moll parece ofrecer una cinta policiaca con trasfondo. Por ello, los personajes se convierten en la clave de la historia, ya que además de volcar sobre ellos una visión poliédrica con el respectivo trasfondo emocional (evitando así caer en un estandarizado estereotipo del investigador), concentra una percepción taciturna del mundo que les rodea, acentuada por el peso emocional ante un homicida que no acaba de ser identificado.
No obstante, al director no se le olvida que está inmerso en los esquemas de un thriller policiaco cuyos devenires son rutinarios, y para ello escoge una narrativa de sosegada cocción que rápidamente nos puede evocar al pulso de cineastas como David Fincher o a los efluvios efervescentes del suspense coreano. La noche del 12 no falla a la hora de visitar los lugares comunes del género; desde interrogatorios, las pistas falsas, sospechosos evidentes o persecuciones, así como otras coyunturas totalmente esperables en una trama de estas características, son llevadas de una manera tan procedimental como los calculados métodos de actuación de la policía judicial. Moll prefiere indagar en aspectos más profundos de estos tropos, como se evidencia en una de las primeras secuencias de la película: el momento de comunicar a una madre que su hija ha sido asesinada, circunstancia que aquí tiene especial inmersión dramática dentro de la figura policial.
Respecto a la actividad profesional enmarcada en la historia, con la laboriosa manera de investigar el crimen que se pretende retratar, se establece en la trama una profundidad emocional especialmente patente en algunas de las fases de la investigación (desde el agotamiento psicológico de algunos de los interrogados, hasta la inocencia demostrada del que a todas luces era el principal sospechoso), visionándose una percepción de aflicción que engloba al universo creado en la película; la manera en la que la dificultad del caso lima las vidas de la pareja de policías (las vueltas en bicicleta al velódromo por parte de Yohan, tienen un significado aparentemente metafórico) alimentan el poso de un thriller cuya evolución es calculada, siguiendo a pies juntillas la estructura estandarizada de la novela policiaca; si bien esto le sirve a Moll como gancho para el espectador, lo cierto es que su principal interés es el de condimentar una tonalidad gélida y desesperanzadora al hábitat policial tantas veces recurrido en el género; se desmitifica la manera en la que el cine suele frivolizar el tratado de este tipo de historias de la crónica negra, así como la sensibilidad que deriva en los encargados en investigarlas.