En apenas una secuencia Kim Soo-jung condensa algunas de las claves desde las que comprender tanto el carácter como las decisiones de su protagonista, Young-jin, una joven que ante su inexistente experiencia amorosa acude a una agencia en busca de un posible emparejamiento, y que fía todas sus cartas a una casi obstinación laboral donde el teléfono móvil es una extensión más de su cuerpo y los tiempos muertos se escurren en el transporte público de camino al trabajo, o bien en casa de una compañera que llegará a reprocharle no tener otra cosa en la cabeza.
La cineasta coreana emplea tal contexto para trazar un relato donde el machismo se persona como extensión de ese universo parasitario en el que las ideas sólo adquieren validez dependiendo del rol y (claro) género, y en el cual la protagonista proyecta su ambición en un espacio que parece relegado a un segundo plano, todo hasta la llegada de un nuevo director de la sección, cuya falta de conocimiento desatará pronto las susceptibilidades entre compañeros, pero servirá como reflejo fehaciente de uno de los puntos a los que en realidad quiere llegar esta Unboxing Girl.
Y es que, si bien nos encontramos ante un film donde se antoja indispensable, en cierto modo, dotar de un contraste al mundo que retrata y poner sobre el tapete determinadas ideas, la verdad es que Soo-jung en ningún momento pierde la perspectiva de aquello que pretende: ofrecer un consecuente desarrollo dramático al periplo de Young-jin, algo que se podría deducir del título del film, que al fin y al cabo reviste un doble sentido. Por un lado, encontrar una consonancia con ese entorno laboral orientado al diseño industrial, y por otro señalar ese trayecto como una suerte de viaje de auto-descubrimiento, de encontrar el camino propio, y en el que destacan además pasajes como el de esa ex-actriz y el modo en cómo nos vemos obligados en ocasiones a actuar en la vida real.
Es por ello que al final, y aunque no deje de reflejar las dinámicas tan propias del medio, el personaje de Jun-seol, ese director recién nombrado, no deja de resultar pertinente para dotar de una dimensionalidad adecuada al asunto. Lejos de la relación con la protagonista, que devendrá en un tira y afloja movido por intereses, traumas personales e incluso nuevas inquietudes, adquiere un cauce en el que reverberan ciertas temáticas sobre las que va transitando la cineasta para encontrar los matices idóneos, no tanto en una vertiente de denuncia que se podría antojar un tanto estéril —en especial, por un tono que en ocasiones se advierte ciertamente naíf—, como en la descripción de un idilio que, con sus más y sus menos —sobre todo, en referencia a lo narrativo, donde se desliza cierta indeterminación en su tramo central, quizá inferido de la propia deriva que toma la crónica de Soo-jung—, obtiene secuencias capaces de deslizar en su trazo algo más de lo que se asume en un primer plano, como esa reyerta entre ambos personajes que derivará, con toda probabilidad, en la mejor decisión de guión del film, cuyas elipsis posteriores devienen un alarde de concreción y mesura —un hecho que contrasta con lo acontecido en su segundo acto—.
Puede que Unboxing Girl, en su intención por poner las cartas sobre la mesa y abordar sin tapujos un tema que sigue arrastrando, pese a todo, cierta urgencia, termine pecando de obvia y hasta resulte un tanto torpe en sus respuestas —véase esa secuencia en el restaurante—, pero por otro lado dibuja con suficiencia esa incertidumbre que se desliza de una situación extraña: la del beneficio sustraído de un nexo establecido en un marco indudablemente complejo por la circunstancia personal de la protagonista —un hecho expuesto en uno de sus encuentros más íntimos—.
Pero, lejos de sus defectos, que también estriban en una estructura por momentos más occidentalizada, el film de Kim Soo-jung encuentra solidez tanto en la determinación que posee como en el trazo de un último acto de lo más certero, donde no solo determinar una línea discursiva coherente, sino del mismo modo otorgar la dirección adecuada a un relato en el que, ante todo, lo verdaderamente esencial residía en ese acto de encuentro que es el que termina por definir las aristas de un film cuya, en ocasiones, franqueza deriva en su mayor virtud.
Larga vida a la nueva carne.