Nuestras vidas se caracterizan por las vivencias que la forman. Desde que somos arrojados a este mundo hasta que finaliza nuestra travesía, intentamos llenar de significado todo aquello que sucede en el gran teatro del mundo. De un modo u otro, construimos nuestra realidad a través de crear y conservar el sentido de nuestro día a día, hasta que llega el colapso. Memorias de París, estrenada el 11 de noviembre de 2022 en los mejores cines trata de eso, precisamente. El talento se despliega en la batalla, dicen algunos, y en este largometraje veremos aquello de lo que es capaz la protagonista para resignificar aquello que ha sido borrado.
La obra de Alice Winocour narra la historia de una mujer llamada Mia que ve interrumpida su rutina, formada por trabajo y consumismo, al sufrir un atentado terrorista en un restaurante. La protagonista padece una pérdida de memoria, seguramente causada por un estrés postraumático, que intentará remediar a lo largo del largometraje a partir de diferentes puzles que se le presentan. Igualmente, es en la búsqueda de la verdad en la que se encuentra a sí misma. Como ella dice, antes no se planteaba si era feliz, estaba totalmente inmersa en una rutina que no había revisado. Una vida en la que todo sucede del mismo modo, donde parece que vamos en piloto automático. Las heridas del atentado cicatrizarán en ella mientras su vida se hará rica en valor.
La sociedad nos suele imponer cómo vestir, cómo hablar, cómo hacer casi todo lo que englobamos en la “rutina”. Escenarios cercanos a la muerte como el que inicia la trama de la tercera obra de Winocour son los que, paradójicamente, nos devuelven a la vida. Porque como se dice, vivir no es solo estar vivos, sino el acto de vivir la vida. La protagonista vive cohibida por la razón de su tiempo y, el otro actor imprescindible, Thomas, será el encargado de hacerla bailar. Lo real se reduce al cuerpo y, en el transcurso del largometraje, este se va convirtiendo paulatinamente en un tema fundamental.
De hecho, la puesta en escena y los aspectos formales de la obra nos invitan a sentir y entenderla a través de nuestro cuerpo. Los planos conducen nuestra mirada a repensar la realidad y la música es imprescindible. Sin contar lo terrible del atentado y la tormenta de cristales rotos, los efectos sonoros de la obra son precisos en la trama: desde el estruendo de la lluvia hasta el rugir de las motos de los protagonistas.
Aunque, para mí, lo más impactante del largometraje se encuentra en las miradas. La mirada, como dijo el filósofo Merleau-Ponty, es algo totalmente distinto al ojo que estudia el cirujano, es la manera que hemos escogido en Occidente para ser-en-el-mundo. La mirada de Mia evoluciona a lo largo de la película de forma paralela a su pensamiento. Antes del atentado, una mirada perdida y casi vacía era la tónica predominante. Luego, la mirada se encrudece, se transforma y transforma el mundo que ve. De hecho, es curioso que nunca se habla de la identidad o rostro de los terroristas, mas estos no son más que la posibilidad de cambio de Mia. Antes no se planteaba si era feliz y, después de la aniquilación, tomó consciencia de sí misma.
Por todo ello os recomiendo pasaros a repensar vuestra manera de ser-en-el-mundo de la mano de Alice Winocour. No pretendo decir que es una película interesante o, como se comenta siempre, imprescindible. No hay nada imprescindible y hay que dar nuestro tiempo a aquello que nos hace sentir realmente vivos. No debemos esperar a que un acto destructivo como el atentado nos grite la importancia de vivir deliberadamente y sentir cada momento como único, porque lo es. A mi parecer, esta obra es una gran invitación a pensar todo esto que nos hace humanos, ¿no?