Raoul Walsh entraría dentro de esa categoría de director que durante demasiado tiempo ha estado calificada, de forma un tanto injusta y denigratoria, como un artesano. Capaz de pergeñar westerns, cine negro, dramas, comedias, cine bélico o, como en el caso que nos ocupa, un ‹biopic› deportivo. Lo llamativo, sin embargo, no es tanto esta capacidad multitarea como la inusitada violencia y crudeza con la que ilustraba sus films, dentro de los estándares de la época, claro. Por eso mismo también llama poderosamente la atención la ligereza, ese tono de comedia amable, del que hace gala en Gentleman Jim.
De alguna manera, ya desde el título, se quiere dar cuenta del tono, del personaje biografiado. Y es que estamos ante un retrato del primer campeón del mundo de los pesos pesados ya de forma reglada tras la entrada en vigor de las normas del boxeo del Marqués de Queensberry. Nadie mejor que Errol Flynn para dar vida un james J. Corbett que parece ser el reflejo perfecto del sueño americano. Con un carácter pícaro y aventurero más su procedencia inmigrante y su continua superación de las adversidades a base de tozudez, esfuerzo y talento se convierte en el ideal americano de la tierra de las oportunidades, donde todo el mundo puede conseguir su triunfo.
Evidentemente esto no es más que subtexto, algo que se puede leer entre líneas pero que no pretende ser un cuento moral en absoluto. Digamos que esta visión es más un complemento a un producto que apuesta bien a las claras por un tono de comedia ligera, casi flirteando con el ‹slapstick› en sus secuencias de humor físico, y con pequeños toques de romance que no podían faltar en con un galán como Flynn en nómina. Lo interesante reside en el cierto atrevimiento, tanto formal como temático de focalizar la trama en lo deportivo y hacerla avanzar conforme su protagonista va subiendo escalafones. Algo que, además se ve reflejado en los combates propiamente dichos donde, sin llegar a la filigrana, sí hay cierta elasticidad y fisicidad en la cámara. Aunque, eso sí, manteniendo el tono de pureza, de pulcritud, casi como corresponde a un caballero, que impide mostrar cero sangre y nada que no vaya más allá de un ojo morado.
En este sentido resulta interesante considerar que, siendo un film de 1942, donde el ‹noir› y su variante deportiva empezaban a tomar cuerpo, tanta pulcritud parece ser, más que un ejercicio de asertividad inocente, un canto del cisne de una época, de una idea de país que se estaba a punto de venir abajo. Solo hay que contemplar películas pugilísticas como Cuerpo y alma (Robert Rossen, 1947) o Nadie puede vencerme (Robert Wise, 1949), realizadas pocos años después, donde el tono (también el contexto histórico, para ser justos) es completamente diferente y oscuro.
Así pues Gentleman Jim acaba por ser un película igualmente competente, filmada con buen gusto y que cumple con los objetivos deseados. Divertida, ágil, con valores humanos y con el espacio suficiente para dejar un buen sabor de boca ideológico, por así decirlo. Un film caballeroso que responde de alguna manera a un cine de una época que se estaba extinguiendo pero que seguía necesitando de productos ‹feel good› como este para levantar los ánimos y hacer creer, de alguna manera, que un mundo mejor era posible.