El debut en el largometraje de la alicantina Elena López Riera es una muy sugerente fábula sobre la complicada conciliación generacional en los ambientes semirrurales, a través de la exploración de un mito local de su natal Orihuela y siguiendo a Ana, una chica adolescente en su primera relación con José, otro joven del pueblo, y que se siente agobiada por el ambiente que vive en su día a día, apegado a supersticiones y habladurías y a una especie de fuerza inexplicable que parece estar coartándola. Esto tiene que ver con un viejo cuento que alude a las frecuentes riadas en la localidad, en el que se asegura que éstas suceden porque el río se encapricha de una joven que lleva «el agua dentro» y ésta es arrastrada finalmente por la inundación.
Con todo, El agua no está propiamente centrada en la magia o el misterio. No se plantea el dilema sobre si estas habladurías centenarias son reales o no, y en último término la cinta no responde a una pregunta que no se ha hecho en ningún momento de su metraje, por lo que nos quedamos con esa sensación de ambigüedad. A Riera le interesa más hablar de la penetración emocional del mito, de su efecto, tanto palpable como subjetivo, en el día a día de sus personajes. Y sobre todo a un nivel vital y generacional, de las expectativas de una juventud que no sabe qué hacer con sus raíces, y que desea liberarse pero al mismo tiempo seguir apegado a ellas.
Hay deseo de liberación, proclamado en voz alta una y otra vez por Ana, constantemente presente en el día a día de José y comunicado de manera directa, pero también a través del significado emocional y metafórico de elementos de su día a día. El río como esa atadura que no permite progresar o mirar hacia adelante, las palomas como forma de canalizar los deseos de escapar, las conversaciones ruidosas y las verbenas como un refugio para aislarse o enfrentar el silencio ambiental. Pero también hay indecisión, ya sea a través de la exploración del mito, de la liturgia o del deseo profundo de conectar con sus generaciones pasadas. La relación que tienen las generaciones más jóvenes con sus tradiciones y su identidad sociocultural es contradictoria y así lo refleja una película que no trata este conflicto en absolutos y que ofrece catarsis en uno y otro sentido. Debido a ello se puede sentir que su enfoque es disperso y que no parece llevar a ninguna conclusión en concreto; creo que es un propósito claro y un acierto de la obra no hacerlo. No hay un punto de llegada en un conflicto que ni empieza ni termina en los créditos, porque va a acompañar a sus personajes durante gran parte, si no toda su experiencia vital.
Por este motivo creo que El agua tiene un gran potencial para hacer que el espectador conecte de una forma distinta a la habitual. No a través de una trama con una serie de picos narrativos asociados y encaminada hacia un fin, o una lección que encapsule su desarrollo, sino como un conjunto de experiencias e identidades emocionales asociadas, ya sea en las conversaciones cotidianas, en los paisajes o en las sensaciones de fondo. No es casual su búsqueda de la espontaneidad, una de las características más notables de la película y que se refleja en una plantilla de actores en su mayoría no profesional y en unos diálogos carentes de una guionización tan aparente como suele ser más normal en la ficción.
Y es precisamente en este sentido donde encuentro la mayor fuerza expresiva del filme, pero también donde reside su mayor debilidad, porque no termina de mostrarse plenamente capaz de desembarazarse de los artificios del cine y éstos se dan de bruces con la naturalidad que quiere y logra transmitir en buena parte. En concreto, a mí me cuesta muchísimo creerme a los personajes de la madre (Bárbara Lennie) y la abuela (Nieve de Medina) de Ana. Son actrices profesionales y su oficio es intachable, pero sencillamente no pegan aquí: por muy correctas e intachables que sean, no tienen sentido unas interpretaciones comedidas, perfectamente reguladas, académicas en definitiva, en una película que huye de estas consideraciones y que abraza una filosofía más libre y espontánea en su enfoque narrativo.
El agua es sin duda una película imperfecta, como se refleja en particular en esta decisión de mezclar actuaciones profesionales y no profesionales que no termina de cuajar, pero como primera incursión en el largometraje es ciertamente muy satisfactoria y tiene una habilidad muy notoria para generar sensaciones y apegos. Es probable que se conecte más con ella si se reconocen los acentos, las conversaciones y los paisajes urbanos y naturales en los que se ensimisma con frecuencia, pero creo que en el fondo es capaz de exponer temas universales a través de lo local de una forma elocuente.